Las manifestaciones de repulsa al gobierno de Cambiemos son cada vez más frecuentes y visibles, tanto como las acciones positivas en procura de unificar una alternativa opositora capaz de constituir un futuro Gobierno que ponga fin a las políticas depredadoras de la Nación. El movimiento obrero está llamado a constituirse en un actor fundamental para hacerlo posible.
Los cambios de escenarios.
Las últimas semanas han dado cuenta de una serie de acontecimientos que muestran significativos cambios, denotando reposicionamientos que prevén un horizonte de mayores confrontaciones.
Razones sobran para el acrecentamiento de conflictos que comprenden a los más diversos ámbitos del quehacer nacional, pero eso por sí sólo no lo explica estando a lo que viene ocurriendo desde hace ya bastante tiempo, sino que para ello hay que atender al nivel de tolerancia social que sin duda está llegando a un límite y que ya no puede contenerse con discursivas excusas de coyuntura.
Ese nuevo escenario es percibido por la dirigencia que, con convicciones genuinas o no, advierte lo indispensable de adoptar conductas más activas –y diferenciables del Gobierno- que muestren una clara postura opositora que la legitime frente a sus representados.
Los problemas que afronta la Argentina son claramente estructurales y no responden a las insostenibles motivaciones que le asignan desde la Alianza Cambiemos, aludiendo a las aducidas políticas populistas de los últimos 70 años como si ello se hubiera verificado lineal y uniformemente.
Al respecto, bastaría con hacer un elemental repaso histórico para advertir las recurrentes interrupciones del orden constitucional, con dictaduras que desde 1955 implementaron políticas de signo justamente contrario y basadas en un ideario análogo al que anima al actual Gobierno.
Otro tanto resulta al compararlo con las experiencias neoliberales que se registraron en democracia, principalmente en la Década del ’90, cuyas consecuencias depararon la pérdida de autonomía soberana por un endeudamiento externo insostenible, el empobrecimiento general de la población que alcanzó incluso a la clase media, el desmantelamiento de la industria, índices de desempleo sin precedentes en la segunda mitad del siglo XX, la destrucción del sistema previsional y una crisis institucional que estalló a fines del año 2001 poniendo al país en riesgo de una libanización.
Fueron también en esos períodos que se produjo un menoscabo constante de la vida republicana, un aumento de la represión estatal –y paraestatal- a las protestas gremiales y sociales, una degradación sostenida del Poder Judicial con especial incidencia en la Corte Suprema y la actuación ilegal -con distinta intensidad pero de igual signo- de los servicios de inteligencia.
Una manifestación elocuente.
La marcha convocada para el 4 de abril fue multitudinaria como contundente en cuanto a la expresión popular de un profundo rechazo a las políticas implementadas a través de Macri desde que asumiera la Presidencia.
Un dato imposible de soslayar fue el protagonismo gremial, con nutridas columnas de todos los sindicatos, tanto de los enrolados en las Centrales (CGT y las CTA) como en los agrupamientos que –sin perjuicio de su pertenencia a aquéllas- mantienen una identidad y estrategias propias que exceden ese marco formal (el Frente Sindical para el Modelo Nacional, la Corriente Federal de Trabajadores, el Movimiento de Acción Sindical Argentino).
Semejante fue la movilización de todo el espectro de las organizaciones sociales, la presencia de sectores empresarios representantes de las PYMES y también de muchas personas que adherían a las elocuentes consignas
convocantes: por la unidad, la producción y el trabajo argentinos; basta de ajuste en la educación; contra el ajuste, la entrega y la represión; paz, pan y trabajo; paz, techo y trabajo; ni una Pyme menos.
La masividad y diversidad de los participantes contrastaba con algunas peculiaridades desconcertantes en cuanto a los lugares, horarios, puntos de concentración y destino final de la marcha. La ausencia de un palco que concitara al conjunto de quienes se movilizaron, la decisión -cuestionada- de que no hubiera oradores o la elaboración y lectura de un documento que reflejara los propósitos, reclamos y anuncios de un Plan de Lucha que obviamente no se agotaba en esa jornada.
Un rumbo que no se sostiene.
La crisis argentina se manifiesta en todos los órdenes: indigencia y pobreza, desocupación, cierre de empresas, educación, salud, seguridad, derechos humanos y garantías básicas de un Estado de Derecho, estándares democráticos. Pero su expresión de mayor visualización es en materia económica, que no es más que el reflejo de la política de la cual dependen las decisiones en ese ámbito.
La economía no crece, pero sí la inflación y la cotización del dólar que son, y han sido en la Argentina, dos variables determinantes de la estabilidad de los gobiernos. Las ayudas extraordinarias -aunque no gratuitas- del FMI han sido insuficientes para dar sustento al rumbo adoptado, ni ofrece probabilidades ciertas de consolidar un Gobierno que se cae a pedazos.
La pretensión de clausurar definitivamente toda posibilidad de un nuevo ciclo nacional, popular e inclusivo, comienza a ponerse en duda y exige que el Cambio se mantenga mediante un Recambio que se baraja con varias eventuales postulaciones, no necesariamente ceñidas a la Alianza gobernante y que incluye a algunos muertos vivos.
A Macri se lo percibe en la más absoluta soledad y desaliento, sólo acompañado por Marcos Peña y Jaime Durán Barba cuyos destinos personales están atados a su supervivencia como candidato. Del resto, unos pocos –cada vez menos- están dispuestos a acompañarlo, pero únicamente hasta la puerta del cementerio, una vieja regla que en política define los límites de las lealtades.
La oposición en camino a la unidad.
La gravedad de la situación en que se ha colocado al país lleva a una conclusión común en todo el arco opositor, que se ha extendido también a sectores que fueran más de una vez funcionales al oficialismo. La imperiosa necesidad de evitar la continuidad de las políticas imperantes, impidiendo la reelección de Macri o del candidato o fuerza partidaria que las encarnen.
Del mismo modo existe consciencia de que para alcanzar ese objetivo es imprescindible la conformación de un amplio frente electoral con eje en el Peronismo, como que es dentro de ese Movimiento donde urge concretar la unidad.
Entre los referentes políticos y territoriales peronistas se observa una creciente confluencia, que se apoya en la idea compartida de que para lograr la unidad es indispensable no admitir exclusión inicial ninguna, en tanto haya una manifiesta voluntad opositora y más allá de cómo se acuerde, oportunamente, dirimir las diferencias.
El sector gremial es un factor esencial en ese proceso, no sólo con vistas a cómo se llegue a las elecciones de octubre, sino para contar con un imprescindible respaldo para encarar las transformaciones estructurales que sería necesario implementar por el nuevo Gobierno a partir de diciembre.
Decía Perón: “Así como la monarquía terminó con el feudalismo y la república terminó con la monarquía, la democracia popular terminará con la democracia liberal burguesa y sus distintas evoluciones democráticas de que hacen uso las plutocracias dominantes”.
En una democracia realmente popular corresponde al movimiento obrero organizado un rol protagónico, que es preciso reconocerle sin caer en idealizaciones inconducentes pero tampoco admitiendo pasivamente la falta de asunción de las responsabilidades inherentes a quienes conducen sus destinos.
La CGT ocupa un lugar preponderante dentro del movimiento obrero, es fundamental tanto para garantizar el éxito de medidas de fuerza de resistencia como para sostener políticas inclusivas que reviertan la crisis producida por la Alianza Cambiemos.
En consecuencia, genera una razonable preocupación que dirigentes cegetistas, para justificar la indefinición sobre la convocatoria a un paro general, acudan a reflexiones caras a los sectores más reaccionarios, como: evitar que el paro se politice o con un paro ni con una marcha vamos a cambiar la realidad.
Sin embargo la CGT es mucho más que sus contingentes miembros cupulares, ni se reduce a su conducción con asiento en la Capital Federal, la conforman también cuerpos orgánicos cuya convocatoria se impone para establecer una política concreta de confrontación y resistencia desde la Central.
En ese sentido, es imprescindible prestar atención a lo que resulte del Plenario de Delegaciones Regionales de la CGT, convocado para el próximo 11 de abril por el Frente Sindical para el Modelo Nacional, como expresión del país federal y posibilidad de relevamiento del grado de consensos alcanzables.
Las marchas y contramarchas han sido frecuentes en la CGT, su propia dinámica histórica impide dar por consolidado un gatopardismo que la aleja del papel que se le reclama, pero tampoco puede prescindirse de su formidable potencial y de su determinante incidencia en el desenvolvimiento del movimiento obrero.
Fuente: El Destape