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Los manuales sirven muy poco para resolver los rompecabezas que nos aquejan

Mientras Argentina sigue transitando el camino para lograr el récord Guinness de inestabilidad macroeconómica, los economistas intentan develar el secreto para resolver de una vez y para siempre sus patologías.

Para el economista extranjero, la solución suele ser ridículamente obvia. Sólo es necesario aplicar la teoría básica correspondiente a un curso inicial de economía. En su visión simplista, los que toman decisiones en Argentina se niegan a abrir las primeras páginas de los manuales, perdiendo su oportunidad de remediar un proceso de tambaleos que lleva ya varias décadas, pese a que su solución definitiva seguramente los haría acreedores del reconocimiento unánime de una población cansada de sufrir desengaño tras desengaño. Curiosamente, sin embargo, las recomendaciones de varios expertos ganadores del Premio Nóbel de Economía no parecen diferenciarse en lo esencial de los consejos elaborados por analistas medios nacidos por esas tierras. Es decir que, finalmente, parece que las ideas están pero no se aplican como es debido.

Ser pragmáticos significa ser pacientes, ajustar políticas en función de la experiencia, intentar resolver un problema a la vez, y no confiar ciegamente en recetas mágicas.

Que me perdonen sus defensores, pero esta historia me parece demasiado simple para ser cierta. Argentina no es un país normal, y no basta verbalizar que debe serlo para lograr su transformación. Estas tierras han coronado al frente del Ministerio de Economía a profesionales de lo más variado. Hay pocos economistas argentinos de alto nivel que no hayan tenido la oportunidad de manejar la economía. Las ideologías plasmadas en los ocupantes del Palacio de Hacienda han sido de lo más variadas. Tuvimos ministros de tantos colores diferentes que podrían completar una paleta de un artista plástico y, sin embargo, aquí estamos.

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La conclusión no es que necesitamos un mago, sino que ese mago no existe. Los principales economistas argentinos han debido desarrollar, a contramano de las teorías elaboradas en el norte del planeta, sus propias teorías para comprender y resolver problemas idiosincráticos. No es que no miramos los manuales, sino que esos manuales sirven de muy poco para resolver los rompecabezas que nos aquejan desde hace mucho. Abra el lector cualquier libro básico de macroeconomía escrito por un extranjero y cuente cuantas páginas se dedican a entender el funcionamiento de un “régimen de alta inflación”, o los problemas de renegociación de la deuda, o las ventajas y desventajas de utilizar el Inflation Targeting para estabilizar una inflación moderada, y entenderá de qué hablo.

Tuvimos ministros de tantos colores diferentes que podrían completar una paleta de un artista plástico y, sin embargo, aquí estamos.

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Y cuando se hace camino al andar, las soluciones no siempre aparecen naturalmente. Hay procesos de prueba y error, inevitables idas y venidas, obsesiones con algunas políticas e incoherencias varias. El pragmatismo teórico es una necesidad en un país con dificultades que han probado ser bien específicas. La salida, por tanto, no puede ser unívoca, no puede ser automática, y no puede surgir de leer un manual especialmente escrito para economías que funcionan razonablemente bien durante “tiempos normales”. Por otra parte, las estrategias de países cercanos que atravesaron problemas similares podrían aportar algunas ideas, pero no debemos extrapolar descuidadamente estas experiencias.

Ser pragmáticos significa, entre otras cosas, ser pacientes, ajustar políticas en función de la experiencia, intentar resolver un problema a la vez, y no confiar ciegamente en recetas mágicas.

Dejar la política económica en manos de pretendidos expertos internacionales (como alguna vez se propuso realmente) sería una excelente oportunidad para demostrarles lo poco que entienden nuestra realidad, pero a esta altura no podemos darnos el lujo de hacer la prueba.

(FUENTE:EL ECONOMISTA)