La quita en la reestructuración de la deuda (II)
En una nota anterior, publicada ayer, dije que soy más optimista que el consenso del mercado respecto a la evolución de los títulos públicos argentinos. En particular, los precios actuales reflejan la visión de que se viene un default generalizado que, o bien no se resuelve a corto plazo, o bien es seguido de una reestructuración agresiva, que implicaría una quita muy fuerte sobre los valores a cobrar. Me puedo equivocar, pero quisiera explicar el porqué de mi optimismo.
Creo que el Gobierno de Alberto Fernández va a tratar de evitar un conflicto profundo y extendido con los inversores financieros y preferirá que bajo su gestión argentina se acerque a ser un país “normal”.
Naturalmente, también la mayoría de los tenedores de deuda preferirá un arreglo (aunque tengan que sacrificar algo) que un conflicto, sabiendo que actualmente el Estado no puede pagar en las condiciones acordadas (el “default selectivo” de Mauricio Macri creó conciencia de ello).
Los Fernández van a asumir con autoridad para imponer políticas. En primer lugar, por el triunfo contundente que lograrán en octubre y, en segundo lugar, porque suele ocurrir (al menos desde la República Romana) que en situaciones de crisis se acepta que el gobernante conduzca. Si esas políticas tienden a corregir el déficit fiscal (necesario, para que un arreglo con los acreedores sea creíble), van a encontrar resistencia de sectores perjudicados, pero aun así tendrán chances de imponerse, sobre todo en la medida en que el conjunto de políticas sea coherente y creíble.
No puedo asegurar nada acerca de la capacidad del equipo económico que asumirá el 10 de diciembre (no sé quiénes lo integrarán), pero es muy probable que incluya personas con experiencia en gestión nacional (buena o mala, de todo se aprende) y que tendrá tiempo como para trazar un diagnóstico realista y discutir un plan y su implementación, ayudado por la situación especial (en otros aspectos tan inconveniente) de que sepamos con casi cuatro meses de anticipación quien será presidente a partir del 10 de diciembre.
Para el FMI va a ser preferible colaborar con un proceso de reestructuración de deuda amigable, que ser un factor disruptivo. Su intervención el año pasado tuvo un propósito declarado: estabilizar la economía argentina; y otro no declarado: la reelección de Macri. Fracasó en ambos, y ahora llegó el momento del control de daños. Y, en ese sentido, una estrategia inteligente sería apoyar los esfuerzos del nuevo gobierno para normalizar la economía; sin pretender imponer políticas desde lo ideológico, exigiendo solamente la mejora de las cuentas fiscales, algo inevitable para la normalización del país. Así, el FMI actuaría como el rey del Asteroide 325 en “El Principito”, que impartía solamente órdenes razonables. Si, como consecuencia, la economía argentina se estabiliza, el FMI como institución podría quedar razonablemente recuperado del papelón actual.
La deuda pública del Tesoro Nacional con el sector privado, si bien se ha duplicado en sólo tres años, no es de una magnitud tal que no se pueda pagar. En dólares constantes es similar a la que había en 2002 (sumando la deuda provincial que Nación garantizó), pero la economía es casi 70% mayor, y las tasas de interés de la deuda nacional son más bajas. Es una deuda pesada, pero no imposible de afrontar. El problema principal es de liquidez: con el mercado de capitales cerrado, no es posible obtener los recursos necesarios para pagar a los vencimientos actuales. No es imprescindible una quita de capital, lo que se necesita es tiempo para que la economía se recomponga, comience a crecer y a generar superávits que puedan ir reduciendo el problema de la deuda. Y resulta mucho más fácil pedir a los acreedores una extensión de plazos, que una quita de capital.
La economía argentina no está condenada al éxito, pero tampoco al fracaso. La última vez que hubo políticas macroeconómicas sustentables, que lograron superávit fiscal y externo (entre 2002 y 2007) hubo un crecimiento importante. Será difícil corregir los desequilibrios existentes actualmente, pero, de hacerlo, es de esperar que se retome la senda de crecimiento. El aparato productivo está básicamente intacto, aunque gran parte de su capacidad está ociosa; y algunos sectores son competitivos internacionalmente. De implementarse un plan coherente y creíble, que cambie las expectativas y le devuelva sustentabilidad a la economía, podremos asistir a una nueva recuperación, probablemente no tan espectacular como la de 2003-2007 (que contó con la ayuda de un contexto internacional muy favorable), pero recuperación al fin.
También puede ser que salga todo mal, como aparentemente proyectan los operadores del mercado; los mismos que hace menos de dos años apostaban a que todo andaría bien, cuando los datos y la experiencia indicaban que, si seguíamos como veníamos, tarde o temprano chocábamos.
Imagino que vamos a seguir teniendo momentos difíciles, al menos por un tiempo, pero creo posible que, a pico y pala, podamos remover las piedras y lograr ver una luz al final del túnel en que estamos.
(Fuente: El Economista)