Valentina Bassi cuenta el camino recorrido hacia el autocultivo para uso medicinal
Hubo un momento en que Lisandro, único hijo de Valentina Bassi, no dormía más de cuatro horas. Le habían diagnosticado Trastorno del Espectro Autista (TEA). Sus padres se resistían a darle psicofármacos. Consultaron al “mejor pediatra”. Probaron con homeopatía, Flores de Bach, melatonina. Nada daba resultado. La desesperación crecía. No quedó más remedio que recurrir a un antipsicótico que como efecto colateral generaba sueño. “No quiero dar nombres, pero era una droga pesada, una bomba atómica. Demasiado para un nene chiquitito”, recuerda la actriz. Cuando se hizo necesario aumentar la dosis decidió buscar otro camino: comenzó a preparar para Lisandro aceite de cannabis. En este camino lleva más de tres años. Y en la actualidad el niño, que tiene 11, descansa lo más bien.
“No dejó el psicofármaco –aclara Bassi–. Cambié por uno mucho más inocuo, le doy una dosis mínima y el cannabis. Muchas veces las terapias son complementarias”. Fue su cuñado el primero en hablarle del tema. Es reportero gráfico y había quedado “enloquecido” después de hacer una nota a referentes de la asociación civil Cannabis Medicinal Argentina (Cameda). Pero pasaron unos meses hasta que la actriz consideró el consejo. Al principio lo desestimó por completo. “En mi mentalidad, recontra abierta y progre, me pareció que darle cannabis a mi hijo era una locura. Además, todavía Lisandro respondía bien a los tratamientos. Pero cuando su trastorno de sueño se volvió insoportable, las palabras de mi cuñado volvieron a mí”, cuenta.
Pese a no estar muy informada en aquel entonces, la neuróloga del nene acompañó el proceso. Puso a Bassi en contacto con otra mamá, Roxana Chang (de la organización Cultivando Conciencia), quien se convirtió en su “gurú” en el cultivo y la preparación del medicamento. Consciente de que su historia es la que atraviesan muchas familias con dudas, desesperación y temores, en marzo de este año la artista hizo pública su decisión. También supuso que así podía aportar “un grano de arena” para que el autocultivo, prohibido en el país, sea legal. Subió a su cuenta de Instagram una foto suya al lado de la planta (de la especie índica) que le provee el aceite y se pronunció “harta de hacer todo a escondidas”. Su accionar sería doblemente clandestino. No sólo porque cultivar está prohibido, sino también porque la Ley del Uso Medicinal de la Planta de Cannabis (Nº27.350), aprobada hace dos años, sólo contempla casos de epilepsia refractaria, excluyendo afecciones que también pueden tratarse con el medicamento (cáncer, dolor crónico, Alzheimer, fibromalgia, Parkinson, TEA).
–¿Con qué dificultades se encontró al ingresar a este mundo?
–Tardé en encontrar la cepa. En trastornos del sueño es complicado, en casos de dolor crónico más cepas ayudan. Al principio no encontraba grandes mejorías o notaba que Lisandro retrocedía. Después, lo más complicado es el cultivo. Que la planta crezca sana, sin bichitos, sin hongos, fuerte, con mucha propiedad medicinal. Es un aprendizaje continuo. Cuando fui al primer taller, uno que daba Roxana, sentí que todo esto era japonés. A mí ni en cuarto grado me había salido plantar. No me crecían los garbanzos ni los porotos (risas). Empecé de menos cien. Encima, nunca me interesó mucho el porro. Para relajarme elijo el vino. Después encontré el rumbo. Participé de talleres de Mamá Cultiva, me empecé a informar. Es un tema que me interesa mucho. Miré todas las conferencias de Marcelo Morante (uno de los profesionales de la salud que más conoce del tema en el país), de las cuales entiendo un 20 por ciento, pero me sirve. Un documental que me sirvió mucho es El científico, sobre Raphael Mechoulam, padre de la medicina cannábica moderna. Me hizo perder el miedo. A partir de ver esa peli empecé a cultivar. Fue mi motor. Hasta ahí tenía muchas preguntas.
–¿Qué conclusiones sacó a lo largo de este tiempo?
–Estoy bárbara ahora. Me calmó la vida. Mi vida iba a ser la del psicofármaco. Si mi hijo a los siete, ocho años arrancaba con eso… ¿qué le quedaba para los 15 o 20? El panorama me entristecía. No es que esté en contra de los psicofármacos, que muchas veces son necesarios. Pero el cannabis entra en un vacío que deja la alopatía. Con el autismo no tienen la más puta idea, están desorientados. Dan fármacos para aliviar algunos síntomas, pero no hay uno que haga que el chico sea menos autista. En el caso del dolor crónico, tampoco saben qué hacer. La alopatía no tiene respuestas. Ahí entra el cannabis. Por eso los médicos tienen que apropiarse de él. Es una herramienta complementaria. Muchas madres sienten soledad. Y no está bien ocultar el uso del cannabis al médico. El debe saberlo. Lamentablemente, todavía es tabú. Creo que poco a poco va a ir dejando de serlo.
–¿Cuáles son las principales ventajas del cannabis como medicamento en comparación con los tradicionales?
–Lo ideal sería que yo no le dé nada a Lisandro. Pero lo prefiero porque, con él, la dependencia no sucede y es de muy baja toxicidad. Mi problema se solucionó. Hoy Lisandro duerme perfecto. Cuando no dormía estábamos todos relocos. Fue un año muy intenso, yo encima trabajaba de noche. Las terapeutas me decían ‘no puedo trabajar con Lisandro así’. Estaba zombie. Después de llegar al fármaco, a los tres meses, empecé con el cannabis. Entonces nunca le subí la dosis del fármaco, sino que la bajé.
–¿Por qué es tan importante que el autocultivo sea legal?
–Importar también sería ilegal en mi caso. Hay aceites de CBD (uno de los principales cannabinoides, aparte del THC), que no tienen nada de psicoactividad, mucho más permitidos, pero no sirven para todo. Los que pueden importar tienen que ir a abogados y hacer un kilombo bárbaro. Y no recomiendo el mercado negro. Yo nunca compré. Sé que hay cultivadores de buena fe, que venden aceite barato. También sé que algunos lo venden carísimo, y ponen aceite de oliva con un poco de colorante. Recomiendo hacerlo porque te garantizás que no entró ningún hongo o que no tiene fertilizantes. Lo mejor es encontrar tu propio camino. Como yo encontré mejorías, eso me hizo seguir. Nada implica que después no tenga que cambiar, pero ya tengo claro por dónde ir. Es lindo, además: hay algo placentero en cultivar. Ver la planta desde la semillita, verla germinar, saber que es para mi hijo… se arma algo por fuera de lo científico. Algo terapéutico, emocional. El contacto con la tierra es hermoso. Ahora tengo ganas de tener una huerta. Aunque es cierto que si hubiera un dispensario, con regularizaciones y control de calidad, no estaría cultivando. Muchas veces tengo dudas con mi aceite y lo mando a analizar a universidades.
–¿Por qué decidió hacer pública su situación?
–Nunca me importó que el autocultivo fuera ilegal ni tuve miedo. Tenía mucha necesidad. Pero con el tiempo me empezó a molestar. Cuando vi que funcionaba me pregunté: ¿por qué tengo que hacerlo a escondidas? Si es superlegítimo lo que hago… Ahí salí a pronunciarme públicamente. Era un día en que estábamos corriendo las plantas para que no se vieran porque habían crecido mucho. No suelo hablar de mi vida privada, pero sentí que podía aportar un grano de arena. También fue porque me enteraba todo el tiempo de que metían preso a alguien. Estoy en un chat de mamás y de personas que cultivan para sus problemas o para sus abuelos. Les sacan las plantas y las meten presas. Después van las redes solidarias y a las 24 horas salen, pero les quitaron la medicina. Por eso es importante luchar por la legalidad del autocultivo, porque somos los más vulnerables. Si le quitan la medicina a mi hijo no sería tan grave, pero hay chicos con síndrome de Tourette o epilepsia. Que el Estado se ponga de acuerdo después en cómo, pero que no quite la medicina. Me gustaría vivir en un país donde no sea tabú hablar de esto con el médico, donde los estudiantes aprendan todo lo que se sabe hasta hoy. No falta rigor científico como muchas veces se dice. Falta que se aplique la ley. Faltan estudios clínicos, porque las farmacéuticas no están tan copadas con hacerlos. Hay una clase de negocios que no alcanzo a entender, pero sí puedo llegar a pensar que hay cosas que no convienen a ciertos actores. Porque una planta no se puede patentar. De hecho hicieron sintéticos del cannabis para poder patentarlos. No funcionó, no les gustan a los pacientes, tienen mucho efecto psicoactivo. Así que lo mejor que se tiene hoy es la planta.
–¿Cree, entonces, que la aplicación de la ley no avanza por los negociados que hay detrás?
–Celebro todo lo que desestigmatice la planta. Pero lo que está pasando en Jujuy (la empresa estatal Cannabis Avatara, dirigida por un hijo de Gerardo Morales, asociada a la privada Green Leaf Farms International, fue habilitada al cultivo) me huele más a negocio que a salud. Cuando las puertas de la legalidad se abren para el negocio y se cierran para la salud, cuando meten presa a una mamá y dejan que venga un canadiense a plantar no sé cuántas hectáreas para exportar a su país y no sé cuánto quedará acá… me huele a negocio. La ley dice que el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) tiene que plantar y el Conicet estudiar. Ya es medio chueca, porque no habilita el autocultivo y atiende casos de epilepsia refractaria solamente. Me puse contenta cuando salió, pero no se están haciendo más que estos negocios. No es fácil en todo el mundo, pero hay países más avanzados, como Uruguay o Chile. Nosotros estamos atrasadísimos.
–Volviendo al uso que le da para su hijo, la conexión entre el cannabis medicinal y el autismo no está muy explorada, ¿no?
–El autismo no lo está. No se sabe mucho de dónde viene. Ahora se habla más, parece que hay más casos. No tengo idea de si es así o si hay sobrediagnóstico. Están todos medio desorientados y no hay una terapia fija. Vas viendo, y el cannabis entra dentro de eso. Sé que hay mamás que les dan a sus hijos para ver si se concentran más. Yo prefiero que no. También sirve para casos de violencia. Lisandro no los tiene. No hay que olvidar que es un medicamento. Niños y cannabis, lo ideal sería que nada. La gente me pregunta un montón, pero yo no soy médica. Me han preguntado por hiperactividad. Mi hijo camina por las paredes, pero no me parece darle. Que vaya a descargar por algún lado, que canalice, haga terapia. Es una opinión recontra personal. Quizá en esos casos tendría que ser algo muy sedativo, y sea conveniente recurrir al CBD, que es completamente inocuo y no tiene nada de malo. El THC puede ser psicoactivo y hay que tener más cuidado.
–¿Cómo es la crianza de un nene con TEA?
–Para mí el diagnóstico es un trámite. No me resuena el nombre “autismo” para mi hijo. Lisandro es Lisandro, con sus características muy particulares. Recontra particulares. Más raro que la mierda (risas). El espectro autista es amplísimo, no hay un caso igual a otro, entran en una bolsa un montón de chicos muy diferentes. A él le cuesta interactuar, habla en su propio idioma. El lenguaje hablado lo tiene último en la lista. Prefiere comunicarse de otra forma, corporalmente, por ejemplo. Se copa con los sonidos de las palabras y no tanto con su significado. Yo quedo medio maravillada. Me preocupa su futuro y me pregunto si podrá tener una vida independiente. Pero soy actriz. Toda mi vida busqué la singularidad, y me tocó el hijo más singular del mundo. Al principio una se preocupa más. Querés que sea como el otro, lo más común posible, pero te vas acostumbrando a sus diferencias. Lisandro es un misterio a develar.
–¿Qué les recomienda a los padres que están por iniciar este camino?
–Primero que consulten con el médico. Él tiene que saber que uno va a empezar una terapia con cannabis. Es importante porque algunos fármacos se pueden contraponer, y sobre todo porque el médico lo tiene que saber, sea ortodoxo o no. En la sociedad está lleno de gente que usa cannabis. Lo tiene que saber para hacerse cargo. Después, sugiero ir a cualquier taller de las redes solidarias que enseñan a cultivar y hacer el aceite. Ver El científico, e informarse en You Tube, por ejemplo, con los videos de la Fundación Daya, que se encarga del autismo y el cannabis en Chile, o del Observatorio Español del Cannabis Medicinal. Eso es lo que yo hice y me sirvió.
(Fuente: Pagina 12)