Tensiones entre Podemos e Izquierda Unida
En la política, como otros órdenes de la vida, los hechos matan suposiciones. Todo acto genera algo nuevo. Todo fracaso trae novedades, algunas de las cuales se perciben al instante. La base social de la izquierda ha entrado en depresión. Sus dirigentes se dieron cuenta ayer las 15.45 h, al concluir la votación de investidura en el pleno del Congreso, Han fracasado. Hoy nadie sabe qué saldrá de esa depresión.
Pedro Sánchez regresó a la Moncloa con una mirada muy sombría, pese a los augurios de los tecnólogos que le prometen un noviembre triunfal si se repiten las elecciones. Pablo Iglesias se fue a su casa roto. En la calle hay en estos momentos un enfado monumental por lo ocurrido ayer. La actual complejidad de la vida política –acelerada hasta el delirio por los dispositivos de información instantánea– empieza a estar por encima de lo que la mayoría de la gente puede absorber. En fase paroxística, la batalla por el relato hunde el relato. En España comienzan a darse las condiciones para un vendaval populista de carácter antipolítico, que si llega a producirse nada tendrá que ver con el movimiento de los “indignados”, ni con las banderas del 15-M. Vox no será el médium principal de ese monumental enfado. Hay otros actores preparándose para el momento Salvini español.
Sánchez encajó la derrota con mucho disgusto. En estos momentos ha dejado de ser candidato a la presidencia del Gobierno. Podría recibir un nuevo encargo del jefe del Estado si reúne de una manera muy clara los apoyos necesarios para ser investido antes del 25 de septiembre. No habrá segunda investidura sin una buena fragua y en estos momentos la frialdad entre el PSOE y Unidas Podemos es absoluta. El Pedro Sánchez sombrío de ayer por la tarde no es el Sánchez triunfal que el día 27 de mayo por la noche cenaba con el presidente de la República francesa en el palacio del Elíseo con el mapa de Europa desplegado encima de la mesa. En aquella cena se imaginaron futuros que sólo se han cumplido en parte.
El relato y sus luchas
Sánchez emula a Iglesias y dice que también está dispuesto al sacrificio
Fracasado el intento de empujar a Albert Rivera a la abstención –con la valiosa ayuda de Emmanuel Macron–, Sánchez inició una ambivalente aproximación a Unidas Podemos que podía haber culminado en una “coalición acotada”, en afortunada expresión del periodista Joan Tapia (El Periódico) Una coalición en minúsculas, experimental, aceptable para los poderes de este mundo. El PSOE no puede perder contacto con el centro. El PSOE es un Jano bifronte: sigue siendo el partido de referencia de la España laborista y el hogar de una pequeña burguesía de Estado. El PSOE es gente. El PSOE es Estado. Después de un ciclo electoral (2015-2016) en el que estuvo a punto de verse superado por Podemos, el Partido Socialista ha regresado y no tiene muchas ganas de organizarle un campamento a las Juventudes Comunistas Unificadas en el interior del Estado. Está en juego el monopolio de la dimensión gubernamental de la izquierda que el PSOE ejerce desde 1977.
Empujado por las circunstancias, Sánchez acabó aceptando la posibilidad de una “coalición acotada”, previo veto a Pablo Iglesias. Veto que se formuló con palabras hirientes para el interesado, y más hirientes aún para el entorno del líder de Podemos. Nos vamos acercando al núcleo de la cuestión. No es usual ofrecer una coalición blandiendo un picador de hielo ante los ojos del posible coaligado. Iglesias encajó el veto y en uno de los más brillantes gestos de su carrera aceptó dar un paso al lado. Ese movimiento cogió por sorpresa a los socialistas y les obligó a entrar en una negociación que en el fondo no deseaban.
Excitado por el éxito escénico, el grupo dirigente de Podemos se olvidó de que el PSOE jamás se da por vencido. La Moncloa captó el mensaje: Iglesias renuncia y triunfa. Ayer, desde la tribuna del Congreso, Sánchez declaró que siempre estará dispuesto a sacrificarse por un bien superior. Antes que un mal gobierno o un mal acuerdo, prefiero la derrota. La lucha por el relato. Que William Faulkner se apiade de nosotros.
(FUENTE: LA VANGUARDIA)