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Johnson declara la guerra a la UE

Boris Johnson siempre ha fantaseado con ser el rey del mundo, o por lo menos Winston Churchill, y lo primero que hizo ayer fue declarar la guerra. No militar, sino política. No al Tercer Reich, sino a la UE. Cualquier esperanza de gestos conciliadores pasó a mejor vida. Fuera de Europa el 31 de octubre, sí o sí. Fuera la salvaguarda irlandesa. Nada de pagar los 45.000 millones del divorcio antes de que haya un acuerdo comercial. Preparativos para una salida desordenada. El nuevo primer ministro prometió a los británicos victoria total sobre Bruselas, pero sin sangre, ni sudor, ni lágrimas. Por su cara bonita.

Pocas veces en la historia de este país se ha instalado un nuevo líder en Downing Street con tantos problemas y con un mandato popular tan débil, con el voto de menos de 100.000 militantes conservadores (un 0,1% de la población del país y menos de un 0,3 del electorado) y el apoyo del alrededor del veinte por ciento de la población que quiere un Brexit duro. “Lo tendréis –les dijo Johnson en su primer discurso tras hacerse con ese cetro con el que había soñado toda la vida–. Quienes apuesten contra Gran Bretaña van a perder hasta la camisa. Vamos a implementar el resultado del referéndum, y el 31 de octubre estaremos fuera de la UE. Ya basta de dudas, de pesimismo y de indecisión. Es hora de actuar”.

SIN CONCESIONES

El mandatario no hizo ningún guiño a los británicos que quieren seguir en Europa

Johnson ha sido definido como “un Trump con más sílabas”, y ayer, tras su nombramiento, ejerció de tal. Apeló tan sólo a los leavers, olvidándose por completo de los remainers (más de la mitad del país, según los últimos sondeos). Se declaró dispuesto a negociar con Bruselas un acuerdo distinto del firmado por Theresa May, pero sólo en sus propios términos, sin la salvaguarda irlandesa que garantiza las mismas tarifas, regulaciones y aranceles que los de la Unión Europea para que no sean necesarios los controles en la frontera del Ulster. De buena voluntad, poca. Insistió en su amenaza de congelar el pago de los 45.000 millones de euros de la factura de divorcio, e incluso de cuestionar esa cantidad.

Nada de timidez. En un tono patriotero y triunfalista, del que habría estado orgulloso su mentor norteamericano, proclamó que “el Reino Unido va a recuperar su papel histórico natural como una nación emprendedora, que mira hacia fuera y auténticamente global”, un guiño a quienes quieren aprovechar el caos del Brexit para culminar la revolución conservadora thatcherista y convertir al país en el Singapur europeo, un paraíso de mínimas regulaciones e impuestos bajos. La contradicción es que al mismo tiempo prometió veinte mil nuevos policías y un gasto en educación, medicina pública, infraestructuras y atención social cuyo coste se estima en unos cien mil millones de euros, que no se sabe de dónde van a poder salir. Adiós a la austeridad.

Johnson es un traficante de optimismo, como aquellos vendedores ambulantes que iban por los pueblos ofreciendo a los ingenuos el elixir del amor o de la eterna juventud. “En los 98 días que quedan hasta el 31 de octubre, vamos a negociar y conseguir un mejor acuerdo con Europa, basado en el libre comercio y el respeto mutuo. Y si no nos lo conceden, pues nos vamos y santas pascuas, sacaremos el máximo provecho posible de la oportunidad que tenemos delante”. Detalles, cero. Estrategia, cero. Alianzas, cero. Compromisos, cero.

OBJETIVO

El líder ‘tory’ quiere usar el Brexit para culminar la revolución económica de Thatcher

“Lo que digo a nuestros amigos de Dublín, de Bruselas y de todos los confines de la UE –afirmó– es que bajo ninguna circunstancia vamos a aplicar la llamada salvaguarda irlandesa que nos encarcela dentro de la unión aduanera de manera antidemocrática, sin fecha ni mecanismo de salida. Y mientras negociamos un nuevo acuerdo, nos prepararemos para la posibilidad de que no lo haya, y para asegurarnos de que en ese caso el 1 de noviembre sigan funcionando los puertos y aeropuertos, los bancos, las fábricas, las empresas, los hospitales, las granjas y las compañías de suministro de alimentos”. Una declaración de guerra política en toda regla.

El problema de Johnson es que, por mucho optimismo que le ponga, los términos de la ecuación no han cambiado. La UE ha respondido a su mensaje con enorme escepticismo, y más aún tras la ocupación de los principales cargos del nuevo gabinete por ultras del Brexit. La aritmética parlamentaria también le es hostil, con una mayoría de tan sólo dos diputados con la que es imposible sacar adelante ningún tipo de legislación. Varias decenas de diputados de su propio partido están dispuestos a hacer caer el Gobierno con tal de impedir una salida desordenada. Después de las vacaciones tendrá que hacer frente a una moción de censura. La sombra de unas elecciones anticipadas planea en el horizonte. Pero de momento, el rey del mundo está en el 10 de Downing Street.

Los ultras del Brexit se hacen con el Gabinete

Las divisiones entre leavers y remainers en el seno del Gabinete paralizaron el gobierno de Theresa May, pero Boris Johnson se ha ocupado en seguida de que a él no le pase lo mismo. En un claro mensaje al país y a Europa, los ultras del Brexit van a manejar el cotarro, con Sajid Javid como ministro de Economía y Finanzas, Dominic Raab (partidario de suspender el Parlamento) al frente de Exteriores, Priti Patel de Interior, y Stephen Barclay de la cartera para la Salida de la UE (que ya ocupaba). Johnson no dudó en hacer limpieza en lo que ya ha sido bautizado como “la masacre de una tarde de verano”, deshaciéndose de todos aquellos ministros que no rubricaban cien por cien su agenda, que le han plantado cara en el pasado o contra quienes tiene alguna enemistad personal, como es el caso de Penny Mordaunt, que a pesar de sus credenciales brexiter ha sido relevada como ministra de Defensa después de tan sólo tres meses en el cargo, para poner en su lugar a Ben Wallace. El hasta ahora canciller del Exchequer, Philip Hammond, cumplió su promesa de dimitir antes de ser cesado, igual que David Gauke de Justicia y Rory Stewart de Desarrollo Internacional, reemplazado por Liz Truss, otra euroescéptica visceral. Jeremy Hunt, rival de Johnson por el trono conservador, dejó claro que sólo aceptaría seguir al frente del Foreign Office, pero Johnson no le ha dado esa oportunidad.

(Fuente: La Vanguardia)