«Yo no tenía ni idea de qué hacer con aquella información, si es que debía hacer algo»
Seymour Hersh, uno de los grandes hombres del periodismo estadounidense, acaba de publicar sus memorias en las que revive sus historias cubriendo la guerra de Vietnam y la muerte de Osama Bin Laden, y el trasfondo de sus investigaciones sobre los secretos de la CIA, la masacre de My Lai (1969), que le valió un Premio Pulitzer, o cuando reveló torturas a prisioneros iraquíes por parte de soldados estadounidenses.
Pero una de las revelaciones más llamativas del libro de este periodista, de 82, es la «primicia» que nunca publicó sobre los presuntos malos tratos que el presidente estadounidense Richard Nixon propiciaba a su esposa, Pat. «Yo no publiqué la noticia en su momento y no recuerdo haber hablado de ella con los redactores de la delegación de Washington. Sí pensé en convertir lo que sabía en una nota al pie de un libro posterior sobre Kissinger, pero finalmente decidí no hacerlo», cuenta.
«Abordé el hecho una vez más durante una charla que tuvo lugar en 1998 con colegas periodistas en la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard», continúa en su relato. «El tema que se trataba era el del solapamiento de vida privada y vida pública, y yo expliqué que habría publicado lo de las agresiones si hubieran sido un ejemplo de por qué su vida personal afectaba a sus políticas, pero no había prueba del vínculo».
«Yo debería haber informado de lo que sabía en su momento o, si al hacerlo hubiera comprometido a mi fuente, haberme asegurado de que lo hiciera otra persona», dijo Hersh, quien relató que en 1974, después de la renuncia de Nixon a la presidencia, la primera dama tuvo que ser internada de urgencia en un hospital porque «su marido la había golpeado». «Yo no tenía ni idea de qué hacer con aquella información, si es que debía hacer algo, pero me mantuve fiel a la vieja máxima del City News Bureau: “Si tu madre te dice que te quiere, contrástalo», escribe.
A continuación, el fragmento donde Hersh cuenta cómo descubrió que Nixon maltrataba a su esposa:
«Yo viviría mi propio «momento Wicker», pero sin las lamentaciones, después de que Nixon abandonara la Casa Blanca con deshonra el 9 de agosto de 1974 para regresar a su residencia de San Clemente, California, en primera línea de mar. Unas semanas después me llamó alguien relacionado con un hospital cercano en California y me dijo que la esposa de Nixon, Pat, había sido atendida en urgencias pocos días después de la salida del presidente de Washington. Según contó a los médicos, su marido la había golpeado. Puedo decir que la persona que me hablaba manejaba una información muy precisa sobre el alcance de las lesiones y sobre la indignación del facultativo de guardia que la trató. Yo no tenía ni idea de qué hacer con aquella información, si es que debía hacer algo, pero me mantuve fiel a la vieja máxima del City News Bureau: «Si tu madre te dice que te quiere, contrástalo». Yo, a mediados de 1974, ya había llegado a conocer bastante bien a John Ehrlichman, así que le llamé y le expliqué, facilitándole más datos de los que incluyo aquí, lo que le había ocurrido a Pat Nixon en San Clemente. Ehrlichman me asombró respondiéndome que tenía conocimiento de dos incidentes previos en los que Nixon había agredido a su mujer. La primera vez fue diez días después de perder las elecciones a gobernador de California en 1962, momento en que declaró amargamente ante la prensa que aquella era su última contienda electoral y que «Nixon ya no se dejaría apalear más». Una segunda agresión tuvo lugar durante los años de Nixon en la Casa Blanca. Yo no publiqué la noticia en su momento y no recuerdo haber hablado de ella con los redactores de la delegación de Washington. Sí pensé en convertir lo que sabía en una nota al pie de un libro posterior sobre Kissinger, pero finalmente decidí no hacerlo. Abordé el hecho una vez más durante una charla que tuvo lugar en 1998 con colegas periodistas en la Fundación Nieman El tema que se trataba era el del solapamiento de vida privada y vida pública, y yo expliqué que habría publicado lo de las agresiones si hubieran sido un ejemplo de por qué su vida personal afectaba a sus políticas, pero no había prueba del vínculo. Añadí que no se trataba de un caso en el que Nixon hubiera ido en busca de su mujer con intención de golpearla y, al no encontrarla, hubiera decidido bombardear Camboya. Me sorprendió la indignación que generé en algunas de mis colegas, que me hicieron notar que las agresiones se consideran delito en muchas jurisdicciones y no entendían que no hubiera optado por denunciar un delito. «¿Y si hubiera cometido otro delito?», me preguntaron. «¿Y si hubiera atracado un banco?» Lo único que pude responder fue que en aquella época, en mi ignorancia, no veía el incidente como un delito. Mi respuesta no resultó satisfactoria. Entonces no comprendía, como sí comprendían las mujeres que me cuestionaban, que lo que Nixon había cometido era un acto delictivo. Yo debería haber informado de lo que sabía en su momento o, si al hacerlo hubiera comprometido a mi fuente, haberme asegurado de que lo hiciera otra persona».
(Fuente: Perfil)