Argentina, récord mundial en caída industrial: el fracaso del ajuste mileista

El gobierno de Javier Milei prometió una revolución liberal que sacaría a Argentina de la decadencia económica. Sin embargo, los datos muestran un escenario diametralmente opuesto: el país no solo no despegó, sino que se hundió en la peor crisis industrial de su historia reciente. Según un informe de Misión Productiva, Argentina registró en 2024 la mayor caída en la producción industrial a nivel mundial, con un derrumbe del 9,4% interanual.
El estudio, que analiza 79 economías (emergentes y desarrolladas), deja en evidencia el fracaso del modelo de ajuste extremo y desregulación impulsado por el gobierno. Sectores como minerales no metálicos, muebles y maquinaria cayeron entre un 18% y 24%, mientras que la construcción —un termómetro clave de la actividad económica— arrastró a toda la cadena productiva.
Las causas del desastre: demanda en picada, salarios pulverizados y políticas antiindustriales
Milei llegó al poder con la promesa de «liquidar el modelo de decadencia». Pero su receta —una mezcla de tipo de cambio apreciado, apertura importadora sin restricciones y eliminación de subsidios— no hizo más que acelerar el colapso.
- Demanda interna por el suelo: La brutal caída del poder adquisitivo, producto de la devaluación inicial y la inflación posterior, dejó a los consumidores sin capacidad de compra. Las familias priorizan alimentos y servicios básicos, mientras los productos industriales acumulan polvo en las góndolas.
- Desmantelamiento de las políticas industriales: El gobierno no solo no implementó medidas de apoyo al sector, sino que eliminó líneas de crédito, subsidios y programas de fomento, mientras promovía la importación sin trabas. La derogación de la Ley de Compre Nacional terminó de hundir a las pymes.
- Dólar barato, industria inviable: La apreciación cambiaria —artificialmente sostenida por la fuerte entrada de capitales especulativos— hizo que las fábricas locales no puedan competir con los productos importados, más baratos pero también más precarios en calidad.
El costo social: empleo precarizado y trabajadores en la cuerda floja
El discurso oficial insiste en que «no hay desempleo masivo», pero la realidad es más perversa: el empleo formal se convierte en changas, monotributistas y trabajos en apps. Policías que manejan Uber, obreros textiles devenidos en repartidores, empleados de fábricas que sobreviven con planes sociales.
El ministro de Economía, Luis Caputo, llegó a decir que «el desempleo por la apertura importadora es un mito», ignorando que las estadísticas no capturan a quienes caen en la informalidad o deben tomar segundos trabajos para subsistir. La industria no solo pierde producción: pierde puestos de trabajo dignos.
¿Competitividad o aniquilación? La falsa promesa del ajuste
El gobierno insiste en que su modelo busca «ordenar la economía» y que, a largo plazo, la industria se reconvertirá hacia sectores más eficientes. Pero la pregunta es: ¿qué industria sobrevivirá a este shock?
- Las pymes, que representan el 70% del empleo industrial, no tienen margen para competir con importaciones subsidiadas desde China o Brasil.
- Sin crédito, con costos laborales altos y una presión fiscal asfixiante, el cierre de fábricas es la norma.
- La apuesta a un modelo exportador primarizado (soja, litio, petróleo) no genera empleo masivo ni desarrollo tecnológico.
Mientras el gobierno celebra la baja de la inflación —lograda a costa de una recesión brutal—, la industria argentina se apaga. El modelo de Milei no trajo inversiones ni crecimiento: solo desindustrialización, pobreza y un futuro cada vez más dependiente de las importaciones.
Un récord que nadie quería
Argentina no necesita ser el número uno en caída industrial. Necesita un plan serio que combine estabilidad macroeconómica con políticas de desarrollo productivo. Pero el fanatismo libertario de Milei parece dispuesto a sacrificar el tejido industrial con tal de imponer su dogma.
El resultado ya está a la vista: fábricas cerradas, trabajadores precarizados y un país que, lejos de modernizarse, retrocede hacia el subdesarrollo. Un récord mundial, sí, pero de los que avergüenzan.