Sin movimientos sociales no hay asistencialismo
La asistencia como momento de transición hacia un país justo requiere de bases populares organizadas que presionen a las superestructuras políticas para que liberen fondos destinados a calmar el hambre. Hoy la Argentina sufre por las políticas de un estado opresor que sigue eliminando las ayudas necesarias para la sociedad.
Los dirigentes sociales tildados de “gerentes de la pobreza” por el periodismo mainstream desempeñan tareas y funciones no menores para garantizar la gobernabilidad del modelo social que los somete. Imprimen eficacia y eficiencia logística a la distribución de los escasos recursos que descienden desde el Estado; aportan trabajo no remunerado de cocineras y promotores sociales. Además, muchos apuestan a la autoorganización social y voluntad de lucha en contra de cualquier gobierno que vulnere la idea de igualdad social.
Esta es una tradición que recorre los tramos más democrático-populares de nuestra historia, que tuvo su último in crescendo a mediados de la década del noventa del siglo pasado, el que alcanzó su momento más insurrecto en diciembre de 2001. No está escrita en piedra la imposibilidad de la re-emergencia de una conciencia que impugne social y culturalmente a la teoría que dice “hay que agrandar la torta porque no alcanza para todos”. La torta, en la Argentina, es en sí muy grande. Como aprendimos en la primaria, somos un país con todas las estaciones, con todas las tierras y recursos; somos un país rico. La torta, sencillamente, es repartida con la inherente mezquindad de sus dueños.
Sin movimientos sociales, no hay ni siquiera asistencialismo. Lo demuestran estos meses de tanta tranquilidad en las calles céntricas como de sufrimiento en los suburbios.