La represión a los jubilados, un espejo en el que duele reconocerse
Para disuadirlos se organizó un gigantesco operativo que pretendió disuadir inicialmente a partir del temor que provocaban esas huestes armadas hasta los dientes, pero que no consiguió amedrentar a nuestros viejos, que luego de una larga vida de trabajo y sacrificio no tienen demasiado para perder a esta altura de sus vidas: destruidos sus ya magros ingresos, recortadas considerablemente sus prestaciones y reducida sustancialmente la lista de medicamentos de acceso gratuito, su vida cotidiana se ha convertido en un aquelarre.
“¿Miedo a qué? -respondían los manifestantes-, si nuestra vida cotidiana es objeto de una violencia similar a la que nos imponen las fuerzas policiales durante las marchas”.
Cuando los jubilados intentaron avanzar sobre el Anexo del Congreso se dio la orden de reprimirlos con saña impropia de un régimen democrático. Cada uno de los envases de gases que se les lanzaban tenía un costo similar al de una jubilación mínima. ¿No hay dinero para los pobres, los niños y los ancianos, pero sí para aplicarlo a la represión de los argentinos? ¿En qué parte de nuestra historia se perdieron el derecho a la protesta, a la vigencia de nuestros derechos constitucionales, a una vida digna? El gobierno de Javier Milei viene demostrando que actúa como un ejército de ocupación y no como el garante de un orden democrático.
Durante la campaña presidencial se advirtió que un modelo como el que proponía el candidato libertario no cerraría sin represión. Los hechos lo confirman: se vetan leyes aprobadas por más del 80 por ciento en ambas cámaras; se prometen nuevos vetos para el caso de que se repita la situación con la ley de Financiamiento Universitario; se anuncia que se pretende congelar los sueldos de los estatales hasta fin de año; mientras se asignan 100 mil millones de pesos sin control alguno para la SIDE.
¿A dónde quedaron la libertad y la democracia? ¿Por qué razón la sociedad en pleno –o casi en pleno, ya que algunas organizaciones piqueteras los acompañaron la movilización- se abandona a su suerte a nuestros viejos, y hasta se tolera que los medios financiados por el gobierno reduzcan a simples “incidentes” una nueva represión criminal sobre los jubilados?
Las escenas e imágenes que circularon el miércoles, plagadas de ancianos ensangrentados, golpeados con saña, ahogados con gases, tiñen de vergüenza a la sociedad argentina, y no sólo a un gobierno que no asume compromiso ni empatía alguna con su pueblo. ¿A dónde estaban los políticos de la oposición, las centrales sindicales, los gremios, las asociaciones civiles? ¿A dónde el poder judicial, los fiscales, los jueces? ¿A dónde los argentinos de a pie, desentendidos del sufrimiento ajeno? Son nuestros padres, nuestros abuelos, los que sufren una represión que necesariamente se extenderá sobre el resto de la sociedad.
Tal como consignaba el célebre poema antifascista escrito por el pastor luterano alemán Martin Niemöller. “Primero vinieron por los comunistas, pero no me preocupe, porque no era comunista. (….) Ahora es tarde, están golpeando a mi puerta”, los argentinos miran para otro lado pensando que nunca les llegará su hora, una ilusión tan ingenua como absurda, aunque perfectamente consistente con la alternativa electoral que escogieron mayoritariamente el año pasado. No sólo es culpa de los votantes: la dirigencia opositora los ha abandonado, librado a su propia suerte. ¿Cómo respondió la dirigencia sindical a las bravuconadas de Federico Sturzenegger, cuando sostuvo que ahora los empresarios podrían “despedir como quisieran”, o a sus anuncios de que el gobierno ahora iría por el aguinaldo y el resto de los derechos adquiridos? Con el mismo silencio que le dedicaron a la represión de los ancianos.
Ni qué decir de la dirigencia política, enfrascada en sus disputas palaciegas sobre la candidatura de Ariel Lijo a la Corte Suprema, el cuidado de sus quioscos, o la disputa facciosa interna en vista a la confección de las listas electorales del año próximo. Juntos por el Cambio ya no existe; UxP, tampoco. Y, lo que es peor, la conspiración sin fin se ha convertido en el cáncer de cada una de las agrupaciones que las componían.
Mientras los videos de Alberto Fernández deben sufrir la amenaza de difusión de Lila Lemoine, que sacan de quicio a Javier Milei, y Martín Guzmán contribuye al incendio afirmando que la cuarentena se extendió innecesariamente porque le servía al gobierno anterior para mantener sus números en las encuestas, la sociedad argentina potencia su naufragio y la democracia y la libertad se derraman por las canaletas.
¿Qué pasará cuando esa sociedad anestesiada termine de colocar a Milei y a LLA en el mismo compartimiento de la casta en el que ya descansan con méritos más que suficientes el resto de las fuerzas políticas? Esa es la respuesta que nadie quiere expresar, pero que todos conocen a la perfección.