Silvio Almeida: «El fascismo está en nuestra puerta, no es una cuestión retórica»
Discursos de odio, violencia y racismo son los focos de la política del ministro de Derechos Humanos y Ciudadanía de Brasil, Silvio Almeida, quien en su visita a la Argentina habló con Télam sobre la necesidad de fijar responsabilidades para las «big techs» que contribuyen a la «producción sistemática de desorientación cognitiva» y alertó que «el fascismo está en nuestra puerta».
Con la política de «retorno» de Brasil a la agenda internacional, definida así por el presidente Luiz Inácio Lula da Silva, el ministro se reunió esta semana en Buenos Aires con sus pares del Mercosur y firmó la «Declaración por una Cultura de Paz y Democracia y para Combatir Expresiones y Discursos de Odio».
«Es la primera manifestación colectiva del bloque sobre la necesidad de combatir el discurso de odio en nuestra región», dijo el ministro, doctor en Derecho de la Universidad de San Pablo, profesor y escritor referente sobre racismo en Brasil.
-¿Qué objetivo tuvo esta reunión?
-El objetivo era iniciar un proceso de diálogo y consulta. Y para Brasil es un momento de reanudación de las relaciones con nuestros vecinos después de tanto tiempo en que ha estado más que ausente, que ha tenido una participación destructiva en las relaciones internacionales. Presentamos todas nuestras convergencias en torno a ciertas agendas. Estas incluyen el derecho al desarrollo sostenible, que es el punto central, sobre todo lo referido a la formación social de estos países, relacionado con la desigualdad, el subdesarrollo y la discriminación racial. También sobre la educación en derechos humanos, la lucha contra el extremismo y la incitación al odio.
Brasil enfrentó el 8 de enero un episodio inédito de toma de los edificios de los tres poderes por seguidores del expresidente Jair Bolsonaro que desconocían el resultado de las urnas, además de una elección con presencia de «fake news». ¿Es un tema para el Mercosur?
-No tengo duda de que lo que sucedió es el resultado de una serie de factores y la cuestión central es la producción sistemática de mentiras para desestabilizar las instituciones. Pero este es un problema global. Sí creo que es inevitable que avancemos hacia formas de regular las redes sociales. Si no lo hacemos, las democracias y la institucionalidad en general va a ser socavada, las formas de inestabilidad política van a establecerse, y la violencia va a ser la única gramática posible de los conflictos.
El proyecto de ley conocido como «de las fake news» en Brasil, si bien data del 2020, recobró actualidad en el Congreso. ¿Es posible establecer este tipo de regulación?
-Es muy curioso este debate, porque todos los entornos en los que hablamos de libertad hay que respetar ciertas reglas. ¿Y por qué no iba a ocurrir eso en las redes sociales? Hay muchos intereses en juego y un avance desenfrenado del poder económico sobre la dignidad de las personas. Es importante decir que las fake news no son solo mentiras, sino que se trata de una producción sistemática de desorientación cognitiva. Es papel de la política estatal establecer algún límite.
-Las grandes tecnológicas como Google o Telegram iniciaron una campaña en contra de ese texto
-La falta de compromiso de esas empresas con la sociedad ha sido un problema sobre el que hay que reflexionar, porque dentro de las redes sociales -que se han convertido en una especie de extensión de la esfera pública- no puede ser aceptable el racismo, la misoginia, el nazismo, el fascismo. Necesitamos instrumentos de rendición de cuentas. No hay ejercicio de la libertad que no vaya acompañado de responsabilidad –
-Lula limitó la tenencia de armas que Bolsonaro había ampliado. Pero el mes pasado hubo episodios de violencia con armas blancas en escuelas ¿Hay peligro de que estos se reproduzcan, alentados por los discursos de odio?
-Sí, seguro que sí. Este fenómeno hay que verlo de manera más amplia y una respuesta eficaz no pasa solo por la represión, que claro que también tiene que existir. Pero vivimos en una sociedad que produce un tipo de subjetividad ligada a prácticas de violencia, naturalización de cosas que creíamos superadas como el nazismo, el racismo y también de la miseria y la desigualdad. Esto crea una falta de horizonte político y simbólico para la gente. En un mundo devastado en el que la vida se convierte en una gran apuesta, es imposible no vibrar en la dirección del odio y la eliminación del otro.