Un campesino que no se entrega
La reunión tenía lugar en una humilde casa en una zona de pequeños productores rurales hice una charla de presentación sobre la propuesta de la organización que mi auditorio siguió con respetuoso y distante silencio. Prontamente la charla entre campesinos pobres derivó en las penurias para comprar un kilo de semilla de espinaca, o un litro de herbicidas, lo poco que valía la magra producción de una hectárea o dos, magra recompensa que se reduce cuando la tierra es alquilando o cuando el contrato es a medias con el dueño. Naturalmente llegamos a una constante en la vida de cualquier campesino pobre, nada de ayuda del estado, ni nacional, ni provincial, ni municipal. Sin embargo, los productores más grandes de la zona si reciben cuantiosa ayuda en subsidios, tractores, algunos hasta tramitan fondos como representantes de grupos campesinos y nunca comparten o distribuyen lo que consiguen.
Don José, que era de los presentes el mayor por edad y el mas locuaz también, mentaba a estos campesinos ricos como el grupo de los 8 y decía que son los que gobiernan el municipio. Lo mas llamativo de todo es que dos son sobrinos de Don José y comparten una propiedad subdividida por los avatares de la herencia de un pariente muerto que los emparenta. A Don José le tocó una partecita de la cual donó al erario público unos cuantos metros para la construcción de una sala de atención médica y una comisaría. Con los años se levantaron dos modernas edificaciones contiguas a la tapera donde vive Don José que resistió estoicamente los fuertes sacudones del último terremoto para asombro de los vecinos que fueron a auxiliarlo en la noche del zamarrón. Con mas de 70 años en sus espaldas, el viejo tomó su viejo tractor y salió a socorrer a otros vecinos que peor la pasaban con el movimiento telúrico. Este ilustre personaje de la zona venía de trabajar más de 12 horas, sus manos tenían cayos recubiertos de tierra y grasa y el saludo en tiempos de Covid 19 fue con el choque de puño cerrado y las disculpas por la falta de higiene. Me llamó la atención como estaba vestido, una camisa andrajosa y un par de zapatos llenos de agujeros que hubiesen resultado indigno hasta para el más desvalido de los mendigos. El hombre había ganado el centro de la escena con sus comentarios y sus vivencias, el hombre tenía cosas para contar.
Con su enorme sencillez no se jactaba de nuca haber pedido algo, al contrario, cuenta que un día se arrimó a la municipalidad para que le ayuden con un poco de cemento y arena para darle solidez a su precaria morada, pero no tuvo suerte. Parece que se olvidaron o se les quemaron los papeles donde decía que este hombrecito pequeño de cuerpo pero grande de espíritu les había regalado parte de su herencia sin pedir nada a cambio. Ahora que era tiempo de pedir también era el tiempo de olvidar.
A este batallador del campo parece no entrarle en el cuerpo una décima de rencor, que podría haber acumulado cuando en familia y en confianza les pedía a sus sobrinos compartir un pozo de agua de la propiedad que los une en herencia en partes desiguales, una justa solicitud que sus sobrinos no escucharon.
Los destinos de la vida lo llevaron a este campesino a probar suerte en el sur donde dejó sus pocos ahorros y sus magras pertenencias. En su ausencia alquiló sus flacas hectáreas a sus sobrinos quienes invirtieron en un moderno sistema de riego. Cuando Don José retornó en vez de usufructuar de las mejoras, sus sobrinos pensaron que mejor era desconectar el sistema moderno de riego así su tío volvía al hábito de pelearse para conseguir agua del ramo y romperse la espalda limpiando los canales en una tarea que le corresponde al Departamento de Hidráulica. A pesar de los golpes de la vida, Don José que perdió todo en una mala decisión, volvió a confiar en su fuerza de trabajo para levantarse de nuevo con la sola ayuda de sus dos brazos.
La charla cerca del epílogo seguía enumerando las desigualdades que separaban a los pobres campesinos, del grupo de los 8, y yo miraba a ese hombre viejo que reportaba del lado de las mayorías pobres del campo que decía sin decir lo que todos ya sabíamos: nunca iba a recibir ayuda del municipio porque sus sobrinos amos y señores de la maquinaria estatal del lugar, estaban esperando que el cansancio y los años llevaran a sus dominios las pocas hectáreas que los caprichos de una herencia les resultaran esquivas. Una y otra vez intentan condenar al olvido a este orgulloso productor del campo. Con lo que no cuentan estos muchachos es que la energía de este viejo parece que está lejos de apagarse y que su decisión de seguir dando pelea arriba de su viejo tractor vuelve lejano el día en que ellos seguirán engordando sus propiedades.
Por: Emilio Furlan