La indignación por la muerte de George Floyd se apodera de Minneapolis
“Propietario negro”. Letreros con este lema han brotado en negocios del centro de Minneapolis. Parecen de otro tiempo, recuerdan al oscuro pasado de la segregación racial, pero sus dueños hacen hoy esta advertencia para evitar ser objeto de vandalismo. Faltaban este viernes dos horas para el toque de queda en la ciudad, decretado para las ocho de la noche, y comercios y restaurantes empezaban a tapiar escaparates, puertas y ventanas. Los ríos de jóvenes que se dirigían hacia distintas concentraciones al grito de “No puedo respirar” auguraban otra noche de cólera por la muerte del afroamericano George Floyd, desafiando la orden de volver a casa.
El caos se apoderó de este pedazo del Medio Oeste en la cuarta jornada consecutiva de protestas contra la brutalidad policial, ahora extendidas con virulencia por todo Estados Unidos. El gobernador de Minnesota, Tim Walz, reconoció su impotencia en una rueda de prensa de madrugada. “Sencillamente, ellos son más que nosotros”, afirmó, “no podemos detener a la gente que se resiste por una cuestión de puro tamaño y la dinámica de violencia gratuita que resulta de ahí”.
Grupos de manifestantes prendieron nuevos fuegos en distintos puntos de la ciudad, donde se repitieron saqueos y destrozos mientras la policía lanzaba gas lacrimógeno y balas de goma. En la calle Lake, donde se han vivido algunos de los episodios más violentos, a la una de la madrugada (hora local) aún quedaban llamas en varios edificios, muchos de ellos derruidos, como la comisaría quemada la noche del jueves.
Las autoridades han evitado reprender con más fuerza los actos vandálicos para minimizar heridos -o algo peor que eso- en una ciudad encolerizada por la última muerte de un negro desarmado en una dura intervención policial. La escalada de violencia, sin embargo, no cesa y este sábado se procederá al despliegue total la Guardia Nacional con el fin de “restaurar el orden”. El Pentágono ha ordenado, además, al Ejército que prepare el envío de unidades, una medida que, según la agencia de noticias Associated Press, no se ha usado desde los disturbios de 1992 en Los Ángeles tras la absolución de los policías que apalearon al negro Rodney King.
Entonces murieron entre 53 y 63 personas en seis días de violencia. No ha vuelto a suceder nada tan grave, aunque la lista de símbolos del abuso contra los negros por parte de las fuerzas de seguridad no ha dejado de crecer: Michael Brown, Eric Garner, Laquan MdDonald… Un estudio de la Rutgers University del periodo de 2013-2018 revela que uno de cada 1.000 varones negros pueden esperar morir a manos de la policía, una tasa 2,5 veces superiores a la de los blancos. Sucede en Estados progresistas y en Estados conservadores, con presidentes republicanos y demócratas, incluso con un afroamericano en la Casa Blanca. La herida de la raza, un trauma fundacional de este país, donde hasta los años sesenta los negros eran segregados, sigue sin cerrarse y ahora sangra por Minneapolis.
Una figura inquietante destacaba este viernes en medio del tumulto, justo entre la avenida Chicago y la calle 38, donde sucedió el arresto policial y posterior muerte del afroamericano. Un hombre disfrazado de Joker paseaba solo con un cartel que reclamaba “Justicia para George”. Con el pelo verde y largo, la ropa chillona y una mueca afligida pintada en el rostro, Joseph Pudwill representaba la última versión cinematográfica de este macabro payaso interpretado por Joaquin Phoenix en la famosa película estadounidense. En ella, un Joker maltratado por la vida se torna un sangriento asesino.
“Se ha convertido en un modelo de la injusticia social, el reconocimiento de las tragedias que ocurren, me he enamorado de este personaje y creo que hoy sirve para empujar el mensaje”, explicaba Pudwill, un empleado de supermercado de 36 años. El filme Joker despertó críticas entre quienes, más que denuncia social, percibieron una justificación de la violencia. Es la naturaleza y la legitimidad de esta lo que en buena medida se discute estos días aciagos en Estados Unidos, el uso de la fuerza por las autoridades, la protesta de los afroamericanos, las consecuencias de todos esos altercados, los heridos y daños en bienes públicos.
Por donde pasea Joker, el lugar de la muerte de Floyd, la protesta discurre de forma pacífica, como si se hubiera reservado para el homenaje al fallecido. Jóvenes en su mayoría, de distintas razas, se reúnen frente a Cup Foods, la tienda de barrio donde comenzó este trágico episodio y que se ha convertido en un muro de las lamentaciones, con flores, dibujos y escritos dedicados a Floyd. Allí, el pasado lunes, el hombre de 46 años fue arrestado como sospechoso de haber pagado con un billete falso.
Durante la detención, captada por las cámaras de vídeo de varios testigos, Floyd aparece esposado y tumbado boca abajo, mientras la rodilla del agente Derek Chauvin, de raza blanca, aprieta su cuello contra el suelo, indiferente a las súplicas del afroamericano: “Por favor, por favor, por favor, no puedo respirar”. En otro vídeo, se ve como otros dos policías también lo inmovilizan con sus rodillas presionando en el resto del cuerpo. Los documentos publicados la tarde del viernes por la Fiscalía revelan que Chauvin le inmovilizó de este modo durante casi nueve minutos, incluidos dos minutos y 53 segundos en los que se mostraba inerte.
El suceso ha causado tal estupor que jefes de policías de Georgia, Kentucky o California han criticado la acción de sus colegas en Minnesota, cuando normalmente suelen optar por posiciones prudentes mientras se desarrollan las investigaciones.
“Claro que siento un doble rasero”, explica frente al lugar de los hechos Molubah Seley, un chico de 21 años cuya familia emigró de Namibia cuando era un niño. “Yo no necesito llevar un arma, por el color de mi piel ya se me presupone armado, siento ese peligro cada día, y si sucesos así no se graban en vídeo, todo queda impune”, asegura. Este viernes lamentaba que la imagen que recorre el mundo, el de los manifestantes violentos, contribuiría a “criminalizar” el movimiento contra los abusos.
Minneapolis, con cerca de 500.000 habitantes, solo tiene un 20% de población afroamericana, pero las estadísticas apuntan a que esta comunidad es más propensa a las detenciones y registros. Todos en la ciudad recuerdan el caso de Philando Castile, que murió en un suburbio cercano dentro de su automóvil por los disparos de un agente que le había parado por llevar un faro roto. Su novia, dentro del automóvil con su hija, lo retransmitió por Facebook live. Castile había informado al policía que tenía un arma con permiso en su guantera. El policía, que alegó miedo, salió absuelto. Justo un año después, una mujer australiana, Justin Damond, perdió la vida en otra intervención inexplicable: la mujer llamó al 911 para alertar de una posible agresión sexual cerca de su casa, cuando bajó a la calle y se acercó al coche patrulla, uno de los agentes la mató. Este, llamado Mohamed Noor, fue condenado por homicidio en tercer grado.
Chauvin, despedido junto a los otros tres agentes que intervinieron en el arresto, ha sido acusado este viernes de homicidio en tercer grado. Como si fuera el capricho de un guionista, el policía y el fallecido se conocían y habían trabajado juntos el año anterior como guardias de seguridad en Nuevo Rodeo, un club latino. Chauvin sacaba algo de dinero extra para complementar su sueldo y Floyd lo compatibilizaba con otros trabajos. Ambos se dedicaban a mantener el orden de la sala. El pasado lunes, a plena luz del día, sus caminos se cruzaron de nuevo, pero solo uno de ellos encarnaba la ley y el orden. Ningún Joker apareció.
FUENTE: EL PAÍS