La precarizacion de las Trabajadoras domésticas en América Latina, el gremio mas feminizado
El 22 de abril se difundió un informe de la Organización Internacional del Trabajo sobre la situación de las trabajadoras domésticas frente a la pandemia del coronavirus en Argentina. El informe, que sostiene que las empleadas domésticas “están más expuestas a riesgos sanitarios, laborales y económicos durante la emergencia sanitaria” vino a confirmar los atropellos que los testimonios de las trabajadoras de Argentina, pero también de todo América latina, venían denunciando.
Según la OIT en América latina se calcula que hay 18 millones de personas que realizan tareas de trabajo doméstico como principal fuente de ingresos, lo que representa al 3% de la población y el 7% de los trabajadores ocupados. Es un gremio enorme, del cual el 93%, son mujeres. No solo es la rama más feminizada de todas las actividades laborales, sino también racializada: en ella se destaca la presencia de mujeres migrantes, indígenas y afrodescendientes.
También, es un gremio donde reina la precarización, lo que coloca a sus trabajadoras en una situación de extrema vulnerabilidad: alrededor del 80% de ese 18 millón de personas trabaja en la informalidad. Sus ingresos alcanzan la mitad del promedio salarial de la región. El índice de informalidad asciende al 90% en Bolivia, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, México, Paraguay y Perú.
Para estas trabajadoras la precariedad no solamente implica la ausencia completa de derechos laborales -vivir a merced de la voluntad de sus empleadores, la ausencia de cualquier tipo de contrato, el trabajo por horas, la falta de regularidad en los pagos, la persistencia el llamado ´pago en especias´, la desvinculación constante y enormes dificultades para demostrar la relación laboral- sino también magros ingresos que impiden dejar de trabajar y la falta de cobertura de salud de algún tipo.
En estas condiciones, la crisis del coronavirus golpeó profundamente sobre las empleadas domésticas. Los informes tanto de agencias internacionales como de periodistas especializadas junto con las decenas de casos y testimonios difundidos en redes sociales y por organizaciones de mujeres y organizaciones sindicales ya habían demostrado que en todos los países latinoamericanos se repitieron situaciones similares. En primer lugar, aquellas trabajadoras domésticas que debieron seguir yendo a trabajar a sostener las casas de sus patrones, recorriendo largos tramos en transporte público, exponiéndose al contagio de ellas y de sus familias, sin que se respetara allí cuando se dictó el aislamiento obligatorio o preventivo.
Otra situación oprobiosa fue la de aquellas trabajadoras domésticas que debieron pasar cuarentenas trabajando en casa de sus patrones a riesgo de perder su trabajo o su fuente de ingreso principal –en muchos casos, a costa de su trabajo en otras casas, que se vieron imposibilitadas de continuar-, lejos de sus propias familias de las cuales en muchísimos casos también son jefas de hogar (44% en Argentina), en las que se ocupan de sus hijos, los adultos mayores y del sostenimiento integral de las tareas de la casa y de las necesidades de sus familias.
La continuidad del trabajo estuvo acompañada de mayores exigencias, como aumentar los ritmos de trabajo, eliminación de descansos, mayor reclamo de intensidad de limpieza, atención de las necesidades permanentes de los miembros de las familias que se encuentran en aislamiento en la casa y la desinfección personal. Inclusive, la atención de personas enfermas, sin los recursos y elementos de protección necesarios. También se denunciaron recortes salariales, bajo el pretexto de que las tareas en este contexto son compartidas (mayoritariamente con la mujer de la familia).