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La cumbre de la OTAN ahonda las divergencias entre los aliados

En el hotel balneario de lujo donde ayer celebró la OTAN su setenta cumpleaños están acostumbrados a recibir a equipos de fútbol (entre ellos el Barça), grupos de rock y líderes empresariales, a organizar bautizos, festejos judíos y musulmanas y bodas de todo tipo, pero nunca han tenido clientes más complicados y peor avenidos que los líderes de los 29 países que integran la Alianza Atlántica. El personal respiró de alivio cuando se fueron, hizo inventario y se dio cuenta de que la vajilla estaba intacta, nadie había estampado sillas contra las paredes o destrozado el mobiliario.

Puede que la OTAN sea ya una vecchia signora septuagenaria, pero lo que es sus dirigentes se comportan como niños malcriados, y así va el mundo. El comunicado conjunto apenas dijo un par de obviedades, como “la necesidad de luchar contra todo tipo de terrorismo”, para las que no hay ser ninguna lumbrera ni tener un doctorado, y aún así sacarlo adelante con el acuerdo de todos fue como un parto sin comadrona lleno de complicaciones. Y al final el presidente norteamericano Donald Trump canceló la rueda de prensa que tenía prevista y se fue enfadado, porque al parecer –según sugiere un vídeo de la cadena de televisión canadiense CBC– un grupo de colegas se había reído de él.

Enfado
Trump se marcha disgustado tras cancelar la rueda de prensa final prevista

La Alianza Atlántica no está para muchos trotes, pero el balneario donde se ha reunido no ha solucionado ninguno de sus problemas, sino que en todo caso ha sido como una cataplasma. El grupo pudo aprobar los planes para aumentar la protección de los países bálticos y Polonia ante una posible ofensiva rusa, después de que el presidente turco Erdogan retirase la amenaza de no poner su firma si la milicia YPG del Kurdistán sirio no era calificada como grupo terrorista. Y aunque Trump siguió quejándose como de costumbre del reparto de la factura (Estados Unidos paga un 70% y sólo otros siete países contribuyen a la defensa conjunta con un 2% de su PIB), al final se pagó la cuenta, y los camareros del restaurante no tuvieron que salir corriendo detrás de los comensales como hacen en Estados Unidos cuando alguien se va sin dejar propina.

Que Donald Trump se calle la boca suele ser por lo general una buena cosa, pero ayer dejó chascados al resto de líderes y a los periodistas tras anunciar de bote pronto que se marchaba sin hablar porque “ya había dado demasiadas conferencias de prensa en Londres”. Seguramente fue porque se conoce a sí mismo y no quería caer en ningún exabrupto después de que su amigo Boris Johnson le pidiera que no interfiriese en la campaña electoral británica de cara a las elecciones de dentro justo de una semana (jueves 12), ya que las encuestas le otorgan una clara ventaja y no quiere perderla por “circunstancias ajenas a nuestra voluntad”, como decía TVE en tiempos del franquismo cuando se cortaba la conexión de un partido de fútbol o tenis.

Declaración
La Alianza sitúa a la par a Rusia y China como amenazas para Occidente

De modo que el peso de hacer el balance de la reunión recayó sobre Johnson y sobre el secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg. El primero destacó que se trata de la organización de defensa colectiva más exitosa de la historia, con 1.500 millones de personas bajo su paraguas, y un pilar de estabilidad en el mundo. Y el segundo puso énfasis en que los socios han incrementado sus presupuestos militares, contribuyendo al bote común con 115.000 millones de euros más que en el 2016, y que esa cantidad ascenderá a 500.000 millones de euros en el 2024. La OTAN, en una especie de crisis de mediana edad, y en vista de que ni divorciarse ni comprarse un Porsche figuran entre las soluciones posibles, necesita un objetivo común y un enemigo común. Para el primero ha escogido algo tan simple y tan obvio como “tomar medidas más duras contra el terrorismo” (en general, sin especificar si los kurdos del YPG encajan en la categoría). Y para el segundo dividió el honor a partes iguales entre Rusia y China, a pesar de los esfuerzos del presidente francés Macron de tender puentes hacia Putin, cuyas reservas de gas natural y energía son necesarias para Europa.

En Rusia –no lo dijo el comunicado conjunto pero sí salió en las conversaciones bilaterales– los aliados occidentales ven el peligro de su creciente expansionismo, de sus acciones en Ucrania, Georgia y Crimea, del apoyo a los populismos, la injerencia en elecciones, el lavado de dinero, las maniobras provocadores cerca de la frontera noruega, las operaciones híbridas de desestabilización, la guerra cibernética, el apoyo a Assad, el espionaje, los asesinatos de exagentes del KGB en territorio extranjero y una larga lista de afrentas. De China teme la penetración masiva en África y el afán de hacer lo mismo en Europa, ya sea adquiriendo bienes estratégicos como puertos y centrales nucleares, o participando a través de la empresa Huawei en el desarrollo de la red 5G de tecnología móvil.

Los líderes de la OTAN llegaron a Inglaterra peleados por el dinero, por la invasión turca del Kurdistán sirio (sancionada por Trump) y disputas en materia de comercio, con la cohesión amenazada por la falta de una estrategia común. Tras un par de sesiones en el psicoanalista, se fueron con una receta de Prozac, pero sin resolver sus problemas existenciales. Que sin duda no tardarán en reaparecer.

FUENTE

(Fuente: Página12)