El juicio a Torra: Ni película ni palomitas
“Como en las películas, ¿cumplió usted la orden de la Junta Electoral? ¿Sí o no?”. “Como en las películas, no, no la cumplí; sí, la desobedecí. Era imposible cumplir una orden ilegal. Todos en esta sala saben que era una orden ilegal y yo cumplí con mi deber de defender los deberes y libertades de mis conciudadanos”.
Si fue como en las películas no fue el mejor thriller judicial. Un guion plano con el único interés de la relevancia del protagonista y la gravedad de la acusación, que puede acabar con el presidente de la Generalitat inhabilitado y un escenario insólito que conduce a un relevo imposible o a unas elecciones.
Boye sonreía, guiñaba el ojo y asentía con seguridad, pero la inhabilitación de Torra está más cerca
El abogado Gonzalo Boye había reducido en las últimas semanas las dosis de palomitas en sus mensajes públicos, pero ayer… “He dormido bien”, “se ha quedado un día muy claro”… El supuesto convencimiento del letrado no coincidía con la escenografía. Un par de cientos de personas frente al TSJC y una sala medio vacía esperaban al president. Su esposa, su hijo Guillem, el vicepresidente del Parlament Josep Costa y su asesor Pere Cardús le acompañaron. En la vista pública no había público y ni rastro del Govern, que se quedó en las puertas del Palau de Justicia. Los habituales de juicios de sangre se aburrieron y los expertos procesalistas no vieron la jugada maestra por ningún lado.
Quim Torra es el primer president en activo que se sienta en el banco de los acusados, pero no el primero pendiente de los tribunales. Artur Mas está cumpliendo una condena de inhabilitación por el 9-N, Carles Puigdemont espera en Waterloo la vista sobre la solicitud del Supremo de extradición por el 1-O. Y Jordi Pujol… Cargo al margen, Torra fue “el acusado”, “señor”, “Joaquín Torra”, pero no Molt ponorable president (Molt ilustre president, para su abogado) para no “hacer distinciones ni privilegios”, según el presidente del tribunal. No hubo duda de que Jesús María Barrientos no es Manuel Marchena y le costó frenar a Torra en lo que consideró “descalificaciones” y “ofensas”, primero llamando “franquista” a la acusación de Vox y luego contra la Fiscalía.
La declaración del acusado fue un oxímoron: Torra confesó una desobediencia que al mismo tiempo consideró imposible porque no reconoce la autoridad de la JEC. El president defendió que el lazo amarillo pasa de símbolo de los austracistas en la guerra de Sucesión a patrimonio universal de “cualquier Estado democrático”, consideró que no es responsable de los edificios de la Generalitat y no puede intervenir. Sí lo hizo su oficina, desde donde se ordenó retirar finalmente la pancarta de Palau que lo ha llevado a juicio. De hecho, el entonces jefe de los Mossos, Miquel Esquius, aseguró que cuando los Mossos intervinieron se cumplió con diligencia y ni siquiera vio dificultad alguna en ejecutar la orden en el millar de edificios afectados.
La pancarta era lo de menos. Boye e Isabel Elbal trabajaron para teñir la vista de juicio político hasta el punto de ofrecer al tribunal la “oportunidad histórica de salvar el sistema democrático”. Las resoluciones de la JEC son “colonialismo puro y duro” y desobedecerlas es como “la homeopatía, no tiene ningún fundamento científico”. Los interrogatorios también buscaron el ridículo . Una conselleria que “no existe”, unas fotografías hechas con móvil, lo que convierte en sospechosos a los policías que las hicieron; y unos lazos que nadie sabe quién puso y cuando.
Boye sonreía, guiñaba el ojo y asentía con seguridad. La inhabilitación de Torra está en juego y el president pareció despedirse del cargo reafirmando sus compromiso con la república catalana, pero a Boye, lo que le gusta, es que el caso acabará en el Tribunal de Luxemburgo “sí o sí”.
(Fuente: La Vanguardia)