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Siria se planta ante Erdogan

El Ejército Árabe Sirio entraba anoche en Manbich, una vez evacuadas las últimas tropas estadounidenses, según la agencia oficial siria. Algo similar parecía inminente en Kobani y otras localidades cercanas a la frontera, mientras que ya era una realidad en Tel Tamer, Ain Isa o Taqba.

El acuerdo desesperado –ante la ofensiva turca– a que se han visto abocados los kurdos de las Unidades de Protección Popular (YPG) ha puesto a tiro de Bashar el Asad, de la noche al día, más de un 90% del territorio sirio.

A medida que el ejército sirio se aproxima a su frontera norte, por primera vez en siete años, aumenta también el riesgo de confrontación con las tropas invasoras turcas y sus aliados islamistas. La misma Manbich ha sido una fijación para el ejército de Ankara, obsesionado con barrer al este del Éufrates a la milicia kurda.

Ayer Recep Tayyip Erdogan aún declaraba inalterados sus planes de tomar Manbich, mientras saludaba la salida de las tropas estadounidenses. El presidente turco también se mostraba agradecido a Rusia, que el viernes vetó en el Consejo de Seguridad de la ONU una iniciativa franco-británica contra su ofensiva.

Supervivencia

Royava se desdibuja, pero sus habitantes celebran con alivio el auxilio de Damasco

Para los ciento sesenta mil desplazados generados por su operación Manantial de Paz –que se unen a los seis millones que les han precedido en todo el país– el regreso del Ejército Árabe Sirio abre en todo caso una ventana de esperanza. Muchas ciudades del nordeste sirio –sobre todo aquellas con importante presencia cristiana, como Hasaka o Qamishli– han recibido con júbilo el retorno del ejército regular.

Muchos kurdos –miles de los cuales intentan cruzar al Kurdistán iraquí– muestran también alivio, pese a la decepción para aquellos más identificados con las YPG. “Son medidas de emergencia”, dicen, negándose a creer que el precio a pagar por la supervivencia vaya a ser Royava.

La abrupta retirada estadounidense ha puesto patas arriba el tablero sirio. Pero la sucesión de acontecimientos no parece improvisada. Si no salta ninguna chispa en la frontera, con dos ejércitos regulares frente a frente, lo cierto es que el final de la guerra parece ahora mucho menos lejano que hace una semana.

Recep Tayyip Erdogan y Vladímir Putin se ven de media cada cinco o seis semanas desde hace dos años. Y la dinámica en la guerra de Siria hace más de un año que responde a lo que Ankara, Moscú y Teherán pactan en Nursultán –la antigua Astaná– y no en el achacoso proceso gestionado por la ONU en Ginebra.

Rusia ya medió hace veinte años entre Ankara y Damasco, enfrentadas por el caudal del Éufrates, por Iskenderun –la provincia siria que los franceses cedieron a Turquía– y sobre todo por el apoyo de los baasistas sirios al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK)

Boicot

La UE no se pone de acuerdo en vetar la venta de armas a Turquía

Aquel acuerdo supuso la expulsión de Siria de Abdullah Öcalan –hoy idolatrado por el YPG– y otros dirigentes kurdos turcos. También dio derecho a Turquía a perseguir en caliente a guerrilleros kurdos que cruzaran a Siria. Algo parecido podría estar gestándose, a cambio de facilitar el retorno de la última provincia rebelde de Idlib a la tutela de Asad.

Pero de momento, unos y otros siguen con las espadas en alto. Y el propio Putin repetía ayer que “todas las fuerzas extranjeras deben abandonar Siria”. Algunos kurdos creen que sus dirigentes sólo han cedido a Damasco el control de las fronteras, pero sobre el terreno todo indica que Royava podría ser historia.

Para el Gobierno sirio, la vuelta al redil de la única milicia kurda autorizada –su hijo pródigo– supone también la recuperación de infraestructuras importantes, como vías de comunicación y embalses estratégicos, así como sus mejores yacimientos de petróleo.

Ayer, mientras Francia anunciaba que abandona el nordeste de Siria, la UE no acertaba a cerrar un veto unitario a la venta de armas a Turquía. Es dudoso que Washington lo haga, pero en su lugar, volvía a amenazar a Turquía con “sanciones devastadoras”.