“Poder decir basta y que mi voz sea la de muchas”
Anahí de la Fuente transitó un año muy convulsionado desde mediados de febrero cuando su cabeza “explotó”. Explotó por el hartazgo de la violencia que venía sufriendo en su lugar de trabajo, el Centro Cultural San Martín, por parte del director Diego Pimentel. Hasta que pudo “liberarse y pedir ayuda”.
En marzo envió telegramas al Gobierno de la Ciudad, al Ministerio de Cultura, y al propio Pimentel, denunciando el acoso y pidiendo una solución. También lo denunció penalmente por maltrato físico y acoso sexual en lugares privados de acceso público agravados por su jerarquía y por funcionario público. Nunca recibió respuesta a los telegramas que mandó, dejó de ir a trabajar y fue despedida. De ahí en adelante “todo fue muy intenso y muy difícil”.
Fue difícil en primer lugar porque Anahí se quedó sin trabajo y tuvo que volver a vivir con su familia: su padre, con una salud delicada y su abuela, de ochenta y ocho años. “Eso me puso muy incómoda porque mi rol cambió, de ser una trabajadora de veintiocho años que buscaba crecer laboralmente tuve que quedarme en mi casa y ayudar a mi familia sin poder hacerlo del todo, porque no cuento con lo económico. Eso me hizo muy mal interiormente”.
Porque además de lo que imprime en el cuerpo una situación de acoso sexual y maltrato laboral por parte de alguien que ostenta una posición de poder, se sumó el despido que dejó al descubierto la crudeza de la precarización laboral.
Anahí continúa: “El daño no se termina cuando te alejás de la persona que te humilla y te toca. Queda insertado en una, es como un germen o un efecto dominó. Mi vida se fue en picada porque sin un sustento económico tuve que transformar toda mi estructura”. Tuvo pesadillas por las situaciones que vivió, y por lo que implica enfrentar un proceso judicial. “Es todo muy violento, por eso siento que es un germen que quedó en mi cuerpo y sigue haciendo de las suyas. Siento que hasta que no haya justicia, no se va a ir”.
¿Cuándo empezó el acoso?
-Empezó en un evento fuera del Centro Cultural San Martín, en un bar, un coctel al que asistí por orden de ellos para cubrir un evento que formaba parte de un Festival que se llama Noviembre Electrónico, que inventó él. Estábamos en ese bar -Milion- en una situación más descontracturada entre compañeres, él quedó sentado al lado mío y empezó a entablar un diálogo. Digamos que se fijó en mí, tomó confianza y empezó a irse de mambo cada vez más. Eso fue en noviembre de 2017, a los pocos meses de entrar a trabajar en la oficina de comunicación. Yo empecé a trabajar en julio de ese año pero hasta ese momento él me ignoraba, o me saludaba de lejos cuando a mis compañeras las saludaba con un beso en la mano o en la frente, o con un abrazo. Algo demasiado familiar para un jefe pero que estaba naturalizado. Conmigo era totalmente distinto hasta esa noche.
¿Cómo actuó después de esa noche?
-Empezó a tratarme con más confianza. Incluso fue mucho más allá. Yo era la nueva y en un principio no tenía con quien hablarlo, entonces se abusó de esa situación. Supo muy bien dónde empezar a acosarme. Luego me arrinconaba, me daba besos en el cuello, me hacía masajes mientras estaba sentada. Hablando mal y pronto, yo dependía del nivel de calentura de mi ex jefe y de su estado de ánimo para saber cómo iba a ser mi jornada laboral.
Hasta que decidiste decir basta.
-Exacto. Porque se había vuelto sistemático y según como se levantaba pasaba de largo por la oficina y no saludaba o venía a toquetearnos. Pero se fijaba muy bien porque la oficina de comunicación estaba integrada mayormente por mujeres y dependía completamente de él. Nos acosaba a mi compañera y a mí, especialmente cuando no estaba mi compañero, que justamente en el mes de febrero –cuando empezó a irse de mambo cada vez más- se había ido de vacaciones. Este tipo entraba y ejercía fuerza sobre nuestros cuerpos. Le decíamos: “Basta, me duele, me molesta” y él decía: “No tengo tanta fuerza”, o no respondía nada. A mí me agarraba de la cintura fuerte, a mi compañera del cuello y se iba sin decir una palabra. Esa era su manera de saludar, que día a día empeoraba. Como entrábamos en un horario temprano, estábamos solas en la oficina y él ejercía la violencia con mucha más libertad. Lo hizo durante meses, en pasillos, en lugares abiertos, nunca a puertas cerradas. Siempre demostrando su lugar de poder.
¿Cómo siguió la situación?
-Mi compañera y yo pasamos por situaciones de maltrato, de manoseos zarpados, nos gritó y nos humilló en una oficina a las dos solas. Nos rompió. Buscó rompernos para que nos fuéramos en silencio y llorando como hicieron muchas chicas que pasaron por ahí y que no quisieron ni siquiera meterse en el asunto. Porque cabe remarcar que no somos las únicas víctimas aunque haya sólo dos denuncias. Este sujeto tenía ese comportamiento sistemáticamente con las mujeres, y casi todas de la misma edad. La situación era espantosa y sólo atiné a huir. Cuando pude poner la mente en frío busqué ayuda, empecé un tratamiento, hablé con varios abogados hasta encontrar a alguien que empatizara y a quien pudiéramos pagarle porque sabíamos que con ese sujeto ahí nosotras no podíamos seguir trabajando.
¿La denuncia penal la hicieron tu compañera y vos?
-Sí, este tipo tiene denuncias penales de nosotras dos. La diferencia es que mi compañera decidió no exponerse.
Hicieron la denuncia con la red de abogadas feministas.
-Sí. Caímos en las buenas manos de Jimena Gibertoni y su compañera penalista Yamila Carballido. Llegamos llorando y en estado de shock. Fue muy fuerte. Estábamos totalmente perdidas y no entendíamos bien qué hacer. Nos aconsejaron que no nos fuéramos. Nos dijeron: “No se tienen que ir”, entonces quedamos en mandar estos telegramas que consistían en informar la situación y pedir el alejamiento de este depredador, ya sea a través de un cambio de sección, o de centro cultural pero que en esas condiciones y con ese tipo cerca, nosotras no podíamos seguir trabajando. Teníamos certificados médicos porque efectivamente esa semana, cuando la cosa empeoró, mi compañera terminó con cuello ortopédico y licencia médica. Yo seguí yendo pero era verle la cara y tener que irme literalmente a vomitar al baño. Fui todos los días descompuesta, aguantando y pensando que de alguna manera lo iba a solucionar, y además tenía miedo de que no me pagaran el último sueldo por la forma en la que estábamos contratadas.
Una precarización laboral que las dejó en la calle.
-La precarización laboral es tal que el tipo de contrato que teníamos avala despidos como este. La razón que da él en la Justicia es que nos echó porque nosotras dejamos de ir. Y nosotras dejamos de ir porque mandamos de antemano telegramas denunciando los hechos de violencia y el acoso que sufrimos por parte de este sujeto, y donde pedíamos que por favor buscaran una solución. Pedimos que nos cambien de sector, que nos alejaran de él y no lo hicieron, nunca nos contestaron. Entonces nos dimos por despedidas y no fuimos más porque no podíamos ir más. Tenemos certificados y pruebas de que no estábamos en condiciones físicas y psicológicas de ir a trabajar y ver a quien nos había violentado durante tanto tiempo y de manera tan fuerte las últimas veces.
¿No hubo respuesta por parte de las autoridades del Gobierno de la Ciudad o del Ministerio de Cultura?
-Ninguna, directamente llegó el despido firmado por él mismo. Ahí fue cuando decidimos visibilizar la situación.
¿Qué te generó esa visibilización?
-En primer lugar, lo más emocionante para mí fue la nota que me hizo Marta Dillon el 8 de julio de este año en este mismo diario , donde decidí revelar mi identidad y mostrar mi cara. Me di cuenta de que generó mucha empatía, entre conocidos y no conocidos. Luego Actrices Argentinas y otras colectivas feministas se empezaron a comunicar conmigo para brindarme su apoyo y también para preguntarme qué necesitaba. Porque yo estaba muy sola, muy desgastada con todo lo que conlleva el proceso penal, que es muy difícil. Tuve ataques de ansiedad y situaciones de salud complicadas, me enfermo todos los meses. Entonces cuando estaba por claudicar, una mañana me llaman de la Fiscalía para decirme que se elevaba a juicio oral y público –lo cual es una buena noticia porque supone que el caso no es desestimado- pero a la vez es muy fuerte porque es algo que desconozco. Y ahí aparecieron estas guerreras a brindarme su apoyo. Me dijeron una frase que no me la voy a olvidar nunca: “Quédate tranquila ahora podés descansar en nosotras”. Y así fue.
¿Cómo se organizaron para llevar adelante esta acción junto a Actrices Argentinas y otras colectivas feministas y transfeministas?
-Nos unimos, pensamos cómo accionar, nos juntamos todos los sábados durante más de un mes para pensar la manera de comunicar esta situación a partir de mi caso, que sucede en todos los ámbitos laborales y académicos porque no olvidemos que este tipo todavía sigue teniendo una cátedra en la Universidad Nacional de las Artes. Se destapó una olla que también tiene que ver con el abuso de poder hacia personas precarizadas laboralmente. Ahora tenemos otro caso tremendo que es el de Cinthia (la agente de tránsito de 28 años que murió atropellada en un control vehicular en el barrio de Palermo) que me shockeó mucho porque tenía el mismo tipo de contratación y casi el mismo sueldo que yo. Pero ella doblemente vulnerable por estar en la calle. Son temas de los que nadie habla, no están en la agenda política y son urgentes. La idea que tuvimos al visibilizar esto y dar la conferencia de prensa es que se agregue en la agenda política, porque mujeres y disidencias somos doblemente vulnerables por nuestra condición de género.
El comunicado de la conferencia de prensa de hoy cierra diciendo: “Llegó la hora de la emancipación política de nuestros cuerpos, estamos unidas, somos cada vez más”. ¿Cómo te resuena esa frase luego de lo que viviste?
-A partir de la denuncia de Thelma Fardin en diciembre del año pasado, todas las chicas nos juntamos a hablar de situaciones de abuso, lo naturalizado que lo teníamos, y empezamos a hablar de situaciones de acoso en el trabajo. La idea es abrir los ojos, saber que podemos solucionarlo, que no estamos solas. Hay que denunciar, hablar, porque va a haber un acompañamiento y esta acción también es para pedirle al Estado que se haga responsable.
¿Cómo sigue la causa penal?
-Ya declaramos mi compañera y yo, los testigos también, se presentaron las pruebas, y estamos esperando que se sortee el juzgado y nos den fecha para el juicio oral y público.
¿Cómo estás hoy?
-Con mucha energía, estoy contenta porque esto es una forma de sanar. Desde que comenzó esta situación y me junté con las abogadas y las chicas de las colectivas que son maravillosas y aprendo un montón de ellas, estoy sanando todo este dolor y sacando este germen que tengo adentro, día a día. Me siento muy afortunada de alzar mi voz y hablar de algo que nos pasa a muchas, sentir que puedo ayudar. Todo el sufrimiento que pasé durante meses lleva a algo productivo, poder sacarlo, poder decir basta y que mi voz sea la voz de muchas.
(Fuente: Página12)