Alberto Fernández y CFK envían señales cruzadas sobre pacto
Alberto Fernández busca allanar el terreno para ensayar un pacto social si el 27 de octubre corona su proyecto presidencial. Tema de campaña y si se quiere impreciso, pero sobre todo un recurso con eco en experiencias frustradas que renace políticamente frente a las crisis. No es fácil y necesita acomodar también el frente interno. Por eso, traduce en su línea los dichos de Cristina Fernández de Kirchner sobre un «nuevo orden» y lo presenta como una referencia a nuevos compromisos políticos y sociales. En cambio, prefiere ser frontal con la otra propuesta que sugiere CFK cuando habla de «nuevo contrato social». Afirmó que rechaza la idea de una reforma de la Constitución y trató de cerrar así cualquier polémica.
No son rubros disociados. El candidato más votado en las primarias viene masticando el tema del pacto social como una tregua que imagina necesaria, vital, si llega a la Casa Rosada no ya como jefe de Gabinete sino como Presidente. Ese pacto debería tener efecto práctico en la economía, pero debería ser a la vez una señal de moderación y certidumbre políticas. Son dos componentes que se retroalimentan. Y parece realmente imposible construir un clima de esa naturaleza con mensajes sobre alteraciones o cambios institucionales como los que podrían anticipar los dichos, repetidos, de la ex presidente sobre el contrato social.
La realidad expone otros elementos que demandan aclaraciones y tomas de distancia. La última y más visible: el posicionamiento de Juan Grabois, no sólo por la insólita propuesta de reforma agraria o las demostraciones de ayer en shoppings, sino además por la sugerencia de su papel y las pretensiones de marcar la cancha en un posible cambio de gobierno. La durísima respuesta de Hebe de Bonafini al dirigente piquetero fue quizá el mensaje más notorio del tipo de disciplinamiento o alineamiento que se pretende en ese terreno para despejar el camino a una nueva gestión kirchnerista.
Bonafini fue especialmente corrosiva para referirse a Grabois, a quien desde otros sectores del kirchnerismo tratan públicamente con enorme cuidado por su condición de aliado y por su vínculo directo con el papa Francisco. ¿Eso sólo? No parece poco si se analiza el entramado que permitió a la propia ex presidente rearmar un camino antes dinamitado con Bergoglio.
Con todo, nadie diría que Bonafini disparó únicamente contra Grabois, más allá de calificarlo como un «tipo bastante desagradable». En rigor, bien leídas sus declaraciones, apuntó a las características clientelares de su organización y hasta cuestionó a los sectores piqueteros por el modo de movilizar. Dijo cosas que en la boca de cualquier dirigente político hubiera generado repudios variados y hasta presuntamente ideológicos: afirmó que mucha gente no sabe siquiera para qué son las protestas de las que participan. No le estaba hablando sólo al dirigente de la CTEP, sino más bien y especialmente a las organizaciones autónomas del circuito kirchnerista, como el PO y una franja de Barrios de Pie, entre otros.
Esa movida se ajusta, en esta etapa, a la línea que emana de la fórmula del Frente de Todos, tendiente a mostrar voluntad de evitar cualquier gesto que pueda ser interpretado como combustible en medio de la crisis. También anticipa la relación en caso del volver al poder. El juego propio de CFK, y de su círculo más allegado, es otra cosa: la ex presidente cuida su perfil pero exhibe en cada presentación su capital como líder, que es precisamente lo que no relega aún en su papel de vice y tiene como contrapartida los gestos de defensa ante el amplio y por ahora irresuelto frente judicial.
La ex presidente habló de la necesidad de un «nuevo orden» para revertir el cuadro económico. Dijo en líneas generales que el mayor esfuerzo debería ser hecho por los sectores de mayores recursos, pero no dio precisiones. Por supuesto, la definición utilizada despertó ecos de los ominosos años del nazismo y el fascismo, aunque podría irse más atrás y también más acá en el tiempo y enredarse en una polémica cargada de chicanas. El tema, en rigor, es otro.
Se ha dicho: CFK no dio precisiones, razón por la cual Alberto Fernández, y no sólo él, prefieren verlo como un llamado a un mayor compromiso de los sectores económicos, y también sindicales, para una posible nueva etapa de gestión. Sería, desde esa mirada, un modo de restarle carga de incertidumbre. ¿La ex presidente quiso aludir a cuestiones tributarias, salariales, de mercados, de formación de precios? ¿Y cuál sería, en ese caso, el papel de un gobierno, con pocas chances de inversión estatal? Esto última correría como un interrogante para quienes prefieren ver el implícito de un «nuevo trato» y no de un «nuevo orden».
En cambio, el reiterado planteo de un «nuevo contrato social» transita un sendero mucho más estrecho para las explicaciones. Aún en la interpretación más acotada, resulta claro que remite a la condición esencialmente constitutiva de un Estado, es decir, al tipo de Estado y sistema político-institucional. Eso lleva a una zona de riesgo: la reforma de la Constitución. Es un tema silenciado desde hace rato en las filas del kirchnerismo duro. Silenciado, al parecer, no ausente.
Alberto Fernández suele medir bien sus palabras, cuando habla en un clima distendido y no se deja ganar por los enojos. «No hay ninguna posibilidad de que convenzan de que hay que reformar la Constitución», afirmó en su última y bastante distendida entrevista con Joaquín Morales Solá. No negó que algunos puedan pensarlo. Dijo, sí, que no lo van a anotar en su agenda. También buscaría ser un mensaje implícito para encarar un pacto social, visto al menos desde su óptica. Es parte de lo que estaría en juego.
(Fuente: Infobae)