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El primer ministro se alía con radicales y desafía a Dublín

Por si las cosas no estuvieran ya suficientemente complicadas, el Congreso de Estados Unidos ha metido también la cuchara en el lodazal del Brexit, y el importantísimo lobby irlandés ha advertido que ese maravilloso acuerdo comercial entre Gran Bretaña y Estados Unidos del que habla Donald Trump y con el que sueña Boris Johnson no tiene ninguna posibilidad de ser aprobado si un portazo a la Unión Europea pone en peligro los acuerdos del Viernes Santo. En lenguaje callejero, éramos pocos y parió la abuela.


Y no cabe duda de que un Brexit sin acuerdo –la posición del nuevo Gobierno británico– pondría en peligro la paz en el Ulster, al forzar el establecimiento de una frontera dura entre las dos Irlandas, provocar el desastre económico a ambos lados y atizar la animosidad entre la comunidad católica y la protestante. Mary Lou McDonald, la líder del Sinn Fein en el Ulster, comentó ayer que, en ese supuesto, “sería impensable que Londres no convocase un referéndum sobre la reunificación de la isla (al que está obligado por los acuerdos de paz en el momento en que parezca probable, según las encuestas, que una mayoría de la provincia vaya a votar a favor”).

Globo sonda


Londres plantea una transición de dos años para negociar el nuevo acuerdo comercial

Pero Boris, en su primera visita ayer como primer ministro a Belfast, dejó claro que piensa pasarse ese compromiso por el forro, como tantas otras cosas, señalando que ni se le pasa por la cabeza convocar una consulta de ese tipo (como tampoco sobre la independencia de Escocia), y que su objetivo, por el contrario, es garantizar que el Ulster sigue formando parte del Reino Unido. Es lo que le pidieron sus socios de coalición, los ultraconservadores protestantes del DUP, en una cena que celebró con sus líderes, y que luego repitió como un loro en sus encuentros con la prensa y el resto de los políticos de la provincia.


“A largo plazo, el cambio constitucional y la reunificación se respiran en al aire –dijo McDonald, la líder republicana–. Incluso unionistas moderados liberales de clase media empiezan a preferir pertenecer a una Irlanda próspera dentro de la UE que a un Reino Unido desgajado del continente. Nadie se cree la supuesta imparcialidad de Boris respecto al Ulster, ya que la supervivencia de su frágil mayoría de gobierno depende de los fanáticos del DUP. Un Brexit sin acuerdo, se mire como se mire, significa el cambio dramático de circunstancias previsto por la ley como requisito para un referéndum”.


Johnson mantuvo conversaciones con los líderes de los cinco principales partidos de Irlanda del Norte a fin de intentar reestablecer el gobierno y el Parlamento autónomos de Stormont, suspendidos desde hace ya dos años y medio por la pérdida de confianza entre el DUP y el Sinn Fein.

Estrategia


El premier cree que Dublín es el eslabón más débil y puede hacer concesiones

Todo apunta a que, si hay una salida desordenada, Londres aplicará la versión inglesa del 155 y volverá a mandar directamente sobre la región. “Ya imaginábamos que Boris tendría un conocimiento limitado de lo que se cuece aquí, de las complejidades y la fragilidad del proceso de paz, pero su frivolidad ha superado todas las expectativas. No es un interlocutor imparcial, lo ve todo a través del prisma unionista”, fue la evaluación de Nichola Mallon, líder del moderado SDLP (socialdemócratas).

Un Brexit duro sería letal a ambos lados de la frontera irlandesa: se estima que en el Norte costaría cuarenta mil puestos de trabajo y la ruina del sector ganadero y agrícola, y en el Sur se traduciría en una pérdida de tres puntos del PIB, cincuenta mil empleos y 60.000 millones de euros. Pero mientras Bruselas tiene ya preparado un plan de choque para echar un cable a Dublín, la única receta de Johnson para parar el golpe en el Ulster es cruzar los dedos y el optimismo.


En su primer movimiento diplomático desde que llegó a Downing Street, Boris Johnson ha enviado a Bruselas al nuevo negociador británico del Brexit, David Frost, para que sondee su idea –no formulada aún públicamente– de un acuerdo de salida sin el backstop irlandés (medidas para impedir una frontera dura), un periodo de transición de dos años en vez de uno y un pago adicional por parte de Londres por ese privilegio. La idea es que en 48 meses habría de estar resuelta la nueva relación comercial, objetivo ambicioso por no decir utópico.


Frost, exembajador en Dinamarca, ex representante permanente del Reino Unido ante la UE y exconsejero de Johnson en el Foreign Office, tiene previstos encuentros con la valenciana Clara Martínez Alberola (jefa del gabinete del presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker), Stéphanie Riso (asistente del principal negociador europeo, Michel Barnier) e Ilze Juhansone (subsecretaria general de la Comisión). El plan es lanzar el globo sonda de esa iniciativa al tiempo que transmite personalmente el mensaje de que, si Europa no cambia de sintonía, Londres se irá el 31 de octubre de un portazo.

La estrategia de Johnson es presionar a Irlanda, hacia la que Londres sigue teniendo una actitud colonial y ve como el eslabón más débil por su dependencia económica de Gran Bretaña. Pero el lobby irlandés en EE.UU. es poderosísimo y ya se ha movilizado para torpedear un acuerdo comercial que ponga en peligro la paz. “No tendría ninguna posibilidad de salir adelante”, ha dicho la portavoz de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi.

Los sondeos dan alas al primer ministro


Una encuesta de YouGov para The Times sitúa el apoyo a los conservadores en un 32%, al Labour de un 22%, a los liberales demócratas en un 19%, al Partido del Brexit de un 13% y a los Verdes en un 8%. Aunque se trata de un cierto refrendo al populismo nacionalista inglés del nuevo premier, esos números no se traducirían en una mayoría absoluta en los Comunes. Sin embargo, alimentan la teoría cada vez más extendida de que el plan de Boris es acudir a las urnas en el otoño con el argumento de que la UE ha impedido un acuerdo con su intransigencia, y un Parlamento con mayoría remain ha boicoteado –como podría ocurrir, aunque no es seguro– la salida sin acuerdo el 31 de octubre. La responsable laborista de Exteriores, Emily Thornberry, ha dicho que “al partido se le ha ido la olla si no apuesta ya por la permanencia y un segundo referéndum”.

(FUENTE: LAVANGUARDIA)