De Rugby, política y grietas en Argentina
Hace pocos días en la ciudad de Mar del Plata se disparó un debate interesante sobre la posible participación de jugadores de rugby en el futuro comicio. En este caso, el hecho tuvo como catalizador un tuit de un concejal de Cambiemos y ex jugador de rugby de un club de la ciudad costera. «En octubre jugadores de rugby de muchísimos clubes de todo el país iremos a cuidar las urnas. Cruzada nacional del rugby contra el fraude» decía la publicación, que además mencionaba a las cuentas de Juntos por el Cambio. La respuesta no se hizo esperar y otro grupo de jugadores y miembros de otros clubes hicieron pública una carta, rechazando la publicación y, con terminología alusiva al deporte, criticaron con dureza al Gobierno.
La noticia fue muy difundida en las redes y pretende mostrar que la grieta había llegado finalmente rugby. ¿Pero existe tal grieta? No lo creo. Quizás sea la expresión de un momento político de nuestro país y en un lugar puntual (la polémica solo se dio en Mar del Plata, y la discusión no llegó ni a la UAR ni a otros lugares). Lo cierto es que el rugby es un deporte de antigua difusión en Argentina. Al igual que el fútbol, fue introducido por inmigrantes británicos en el siglo XIX, muchos de ellos relacionados con los bancos y empresas ferroviarias inglesas, que formaron sus propios equipos. A diferencia de otros países, en los que el rugby es un deporte popular y profesional como el fútbol, aquel origen social marcará el destino de pertenencia a una elite social que no abandonará hasta hoy.
Único en el mundo, el modelo del rugby argentino es amateur aunque se propone resolver una ecuación paradojal: desarrollarse a nivel de la competencia internacional sin renunciar al semillero y al espíritu de sectores sociales acomodados y reproduciendo ese espíritu de clase. Como parte de esa pertenencia el ámbito del rugby se ha preservado –cuidando con mucha precisión– de no mostrarse partidario de la política, aun cuando muchos de sus dirigentes, fuera de ese ámbito, si participen en ella y ostenten cargos o posiciones de poder.
De todos modos, no podemos dejar de mencionar experiencias muy puntuales de involucramiento social del rugby que, sin romper la forma hegemónica de reproducción social de sus reglas, muestran solidaridad aislada. Así la experiencia del Club Virreyes que promueve la participación de sectores populares; la historia del Aborigen Rugby club reflejada en la película «La quimera de los héroes» (2004); el trabajo del ex jugador Gastón Tuculet en los Institutos de menores junto al club Los Tilos; la experiencia de rugby en la cárceles con los Espartanos; o, por dar otro ejemplo, el equipo de rugby de la Villa 31 de Retiro…
El único momento en el que las reglas sociales del rugby pudieron estar tensionadas fue a mediados de los 60 y principios de los 70, cuando muchísimos jóvenes que venían también de esos sectores sociales y que practicaban el juego compartían a la vez ámbitos donde transcurría el proceso de radicalización política que vivía la argentina. Así como «el Che» pasó por el San Isidro Club y muchos dicen que se llevó las reglas del juego para hacer la revolución, hubo jóvenes militantes de organizaciones políticas que salían del tercer tiempo y volvían a la clandestinidad o iban a los barrios a militar con la misma fuerza y caballerosidad con la que hacían un scrum, tacleaban o hacían un try.
Como bien investigó el periodista Gustavo Veiga en su libro recién reeditado Deporte, Desaparecidos y Dictadura de 220 deportistas, son 152 los jugadores de rugby desaparecidos a los que pocas veces se ha homenajeado. También hay una lista de 21 jugadores desaparecidos y asesinados de La Plata Rugby club, entre los cuales estaba mi padre. No encuentro otra explicación a estos datos que la «puesta en riesgo» de ciertas reglas por parte de todos estos jóvenes a su proveniencia de clase, a esos circuitos sociales con algún grado de aquiescencia con la Dictadura.
Viene al caso la historia que cuenta el periodista John Carlin en su libro El factor humano'(2008), llevada posteriormente al cine por Clint Eastwood como «Invictus» (2009). Cuenta la historia de cómo en 1985 Mandela logró convencer a un país dividido de unir sus esfuerzos para animar a la selección de Sudáfrica de Rugby. Aunque usar un deporte para unir a los argentinos tiene muy malos antecedentes en nuestro país (recordemos el Mundial 78), marca la escala del lugar que tiene el rugby en otros países. Pero también la poca generosidad de la dirigencia de los clubes y el oportunismo de aquellos que lo pretenden usar mezquinamente, incluso para dar falsas discusiones; es decir, no dar el debate real y sincero de lo que pasó.
Hace menos de un mes, los All Blacks pasaron por la Argentina y pidieron hacer una visita por la Ex ESMA. La gente de la UAR quedó perpleja, pero terminó gestionando la visita. Si hay una grieta, es esa. Ahí estaba la lección de política y memoria que nuestros dirigentes del rugby hasta el momento no supieron dar.
* Ex jugador de rugby, poeta y abogado; hijo de Rodolfo Jorge Axat, jugador desaparecido del La Plata Rugby Club.
(Fuente: Página12)