Bolsonaro y el panorama en Argentina
El resultado de las elecciones primarias realizadas en Argentina el domingo 11 de agosto provocó un fuerte impacto en Brasil. Coincidiendo con el tenso ambiente económico global, la victoria de Alberto Fernández y de su candidata a vice, la ex mandataria Cristina Fernández de Kirchner, hizo que la Bolsa de Valores de San Pablo se desplomara y el dólar y el euro avanzaran fuerte sobre el real.
Más que por incertidumbre frente a lo que podría pasar en Argentina, lo que se teme, tanto en el mercado financiero como en el empresariado, son las consecuencias que podría traer la posición adoptada por el presidente Jair Bolsonaro con relación al eventual retorno de la centroizquierda al país vecino. A Bolsonaro le falta un mínimo de equilibrio, y ese factor provoca una elevada inquietud.
Analistas y agentes del mercado financiero trazaron un panorama sombrío: los informes elaborados a ritmo frenético indican que no hay camino para que Mauricio Macri revierta en octubre el resultado de las primarias, dando por prácticamente asegurada la victoria de Alberto Fernández.
De ese modo, las reacciones en Brasil oscilan entre la preocupación del empresariado, especialmente en el sector exportador, sobre la política económica que será implantada en Argentina, y el temor a las consecuencias de los ataques extemporáneos del presidente ultraderechista.
La manera como Bolsonaro se involucró desde abril en las elecciones argentinas es vista con mucha reserva. Desde un primer momento se le advertía, discretamente, que los ataques a Cristina Kirchner podrían provocar tensiones elevadas si ocurriese lo que todo indica que finalmente va a ocurrir en octubre.
Tan pronto se conocieron los resultados en las primarias, Bolsonaro lanzó una secuencia incesante de ataques a Alberto Fernández y a Cristina Kirchner. Es parte de su naturaleza torpe y bruta. Empezó por denunciar los riesgos de “la vuelta de esa izquierdalla (una mezcla de izquierda con canalla, en su léxico personal)”.
Hablando en el sureño estado de Rio Grande do Sul, dijo temer un flujo de inmigrantes idéntico al experimentado por Roraima, en el extremo norte, cuya frontera con Venezuela recibe gruesos contingentes que huyen de la crisis económica y social de su país. Y se pasó la semana pasada insinuando que Brasil podría salir del Mercosur.
El jueves, su ministro de Economía, Paulo Guedes disparó, sin sonrojarse, la siguiente pregunta: “¿Desde cuándo Brasil necesita de Argentina para crecer?”. Faltó un alma piadosa para explicarle que desde siempre.
El flujo comercial bilateral es el tercero en importancia para el país presidido por Bolsonaro, inferior solamente al registrado con China y Estados Unidos. Pese a la aguda crisis vivida por Argentina bajo la presidencia de Macri, el país sigue como mayor importador del sector industrial brasileño.
En 2017, el superávit alcanzado por Brasil con su principal socio latinoamericano fue de 8200 millones de dólares. En 2018, gracias a la crisis que se disparó con Macri, el resultado se desplomó a 3900 millones.
No hay indicios de que la mejor manera de revertir esa caída sea atacar violentamente al posible futuro presidente argentino. Pero Bolsonaro siguió con sus ataques: “Ojo con lo que está ocurriendo en Argentina”, disparó. “Argentina está sumergida en el caos, está en la misma senda que Venezuela, porque en las primarias bandidos rojos empezaron a volver al poder”.
Al hablarle directamente a sus seguidores fundamentalistas, el ultraderechista parece olvidar las reglas básicas de las relaciones diplomáticas, para no mencionar el atropello a lo que se espera de alguien mínimamente equilibrado. Con semejante cuadro, la insistencia de Bolsonaro en persistir con sus agresiones no hace más que poner interrogantes sobre el futuro.
La insignificancia a la que fue reducida la tradición diplomática brasileña bajo el actual ministro de Relaciones Exteriores no hace más que reforzar esa preocupación. ¿Cómo negociar, si no hay diálogo?
Todo indica no haber quien sea capaz de convencer al enloquecido mandatario de que mientras su discurso provoca reacciones explosivas de orgullo estúpido y euforia idiota entre sus apoyadores más radicales, otras explosiones podrán ocurrir si en octubre se confirma la derrota de su amigo Macri. Y que todas y cada una de ellas traerán severas consecuencias para los dos países.
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