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Un nuevo Carlos II para la era del Brexit

Carlos II fue conocido como el monarca alegre, y Boris Johnson es el bufón de la corte. Al primero, casado con la portuguesa Catalina de Braganza, se le atribuyen por lo menos doce hijos ilegítimos. El nuevo líder tory no se sabe si tiene cinco o seis retoños, pero sus dos matrimonios han acabado por culpa de numerosas infidelidades, y a pesar de su considerable intelecto siempre se ha dejado llevar más por la bragueta que por el cerebro. El rey heredó en el siglo XVII un país harto de la austeridad y el puritanismo cromwellianos. El político tory, por su parte, ha tomado el relevo de una nación aburrida de los recortes y que quiere acabar de una manera u otra con el Brexit.
La herencia de Carlos II y Boris I, separados por casi cuatro siglos en el tiempo, es un país en crisis profunda, con un Parlamento impopular y poco representativo, una opinión pública dividida, una fractura entre las gentes del campo y de la ciudad, una Escocia que quiere tirar por su lado y una Irlanda que se rebela contra el colonialismo. Y del otro lado del canal de la Mancha, tanto entonces como ahora, un joven líder francés dispuesto a dibujar Europa a su imagen y semejanza.

Un reino dividido


El cisma del Brexit recuerda al que hubo entre presbiterianos y anglicanos en el XVII


Tanto en el caso del uno como del otro, sus puntos fuertes son al mismo tiempo sus puntos débiles. El optimismo y la tendencia a ver el vaso medio lleno en vez de medio vacío, y de mirar al lado positivo de la vida, resulta en un desdén por trivialidades como los detalles, los hechos, las normativas y regulaciones. Carlos II –a cuyo padre le habían cortado la cabeza– fue un hedonista empedernido, de quien el marqués de Halifax dijo en un ensayo que “sus inclinaciones al amor pueden considerarse el efecto de una buena salud y constitución”. El rey en quien se restauró la monarquía era listo, ambicioso, perezoso, indisciplinado, narcisista, mentiroso y entregado a los placeres, y lo mismo puede decirse del nuevo primer ministro del Reino Unido.
Tras la ejecución de su padre y de ser derrotado por el ejército de Oliver Cromwell en la batalla de Worcester en 1651, Carlos II se exilió en el continente y pasó nueve de los mejores años de su vida en Francia y Holanda, mientras Inglaterra era a todos los efectos prácticos una república, o –según se mire– una dictadura. Tras la muerte de su enemigo fue invitado a regresar a Gran Bretaña para la restauración de la monarquía en su persona, manipulándose los documentos históricos para que oficialmente fuera rey desde 1649, y no desde 1660. Pero nada de todo ello amargó su carácter (ni su deseo sexual), y buscó la conciliación entre los anglicanos y los presbiterianos, los obispos y los ministros puritanos. Igual que ocurre con Boris I, sus principios y valores eran negociables. Lo que quería era reinar. En su lecho de muerte se convirtió al catolicismo.

(FUENTE: LA VANGUARDIA)