No perdió las esperanzas hasta conseguir sueño «a los 78 años»
Aquel tono de soprano que encandiló a Bob Dylan, la gran figura femenina del folk norteamericano en los años sesenta y setenta, la mismísima Joan Baez, se está quedando sin voz. No hablamos de una apreciación malvada de la crítica que le pueda sentar a cuerno quemado. O de una triste sospecha por parte de sus admiradores. Ella misma lo confiesa a sus 78 años: “Este músculo que marca la diferencia ya no llega, necesita mucho trabajo”, admite en una conversación telefónica.
Pero antes de que la deje tirada en cualquier concierto, prefiere hacer, con gran cuidado, una gira mundial de despedida que le llevará a España los próximos días 24, 25, 27 y 28 de julio; al Festival de Jazz de San Sebastián, primero, y después a Sitges, al Festival de Porta Ferrada (Girona) y, por último, al Universal Music Festival en el Teatro Real de Madrid. “Se me ha ido moviendo poco a poco. A los 60 probé ejercicios vocales y entrené para conservarla bien. Es lo mejor que tengo, pero cuesta mucho mantenerla en forma”. Una disciplina diaria que no siempre le da los resultados que busca: “Hasta los 30 años no hice nada. Ahora, de gira, trabajo con ella a diario y cuando estoy en casa, descansando, la ejercito cuatro días a la semana: lengua, respiración, diafragma, si no…”.
Recuerdos y esperanzas
Consciente de lo que ha sido gracias en gran parte a su instrumento natural, nostálgica sin que deje de iluminarla el raciocinio, aun comprometida como en los tiempos de las protestas contra la guerra de Vietnam o en la época de sus conciertos a favor de los derechos civiles junto a Martin Luther King, abuela y antaño musa de seres tan aparentemente tan dispares como Bob Dylan o Steve Jobs, Joan Baez se aparta. Da un paso atrás encaminado a dejar un buen recuerdo después de seis décadas de carrera.
¿Y qué hará? “Muy simple: terminar un documental [sobre ella misma], pintar, continuar con mi autobiografía, seguir la lucha por las conquistas sociales… En mi país ya no vivimos en una democracia”. Lo admite con esa pesadumbre de quien ha perdido varias luchas. “Puedes empeñarte en seguir dando la batalla por cambiar el mundo. Pero lo que nos está pasando jamás lo imaginé. Todo se desmorona. Nos sentimos en estado de shock. Sencillamente, nos sobrepasa”.
En semejante estado moral de depresión política bajo los efectos del presidente estadounidense Donald Trump, Joan Baez sigue recurriendo a ciertas sacudidas de adrenalina poética. Continua fiel a Walt Whitman, de quien este año se cumple el segundo centenario de su nacimiento. Fue quien mejor cantó el vitalismo de un país que se construía. Y gente como Baez lo necesita ahora, en la era del derrumbamiento. Aunque lo prescribe en pequeñas dosis: “La esperanza puede llegar a ser algo peligroso si no te distancias. Puede llegar a hacerte daño y hacernos prisioneros de falsas esperanzas”.
Ella lo ha aprendido a golpes. “Hasta los 50 años no fui feliz”, confiesa. “No supe disfrutar de lo que había conseguido, me dejé enredar por demasiados obstáculos; ahora me siento mucho mejor”. No tuvo que ver con aquella insatisfacción la ansiedad de los frentes públicos, sino una forma de ser que le afectaba: “Me sentía muy miserable, era una cuestión íntima que me impedía de manera muy profunda, de esencia, sentirme satisfecha conmigo misma, en paz. Una pura neurosis que me tuve que tratar psicológicamente”.
Cualquiera que fuera la receta, acertó. “Decidí que no podía seguir de esa forma y cambié radicalmente el rumbo”, afirma. Desengaños amorosos aparte, Baez aprendió de cada relación. Con Dylan entendió hasta donde quería llegar aplicando el puro cálculo. Aquel chaval de Minnesota a quien la cantante —que fue famosa antes que él— adoptó con cierto aire de protección supo utilizarla hasta colocarse en la cima, según cuenta Howard Sounes en la biografía del músico.
En cuanto a Steve Jobs, nunca sus biógrafos han sabido dilucidar si estuvo en realidad enamorado de ella o solo quería emular a su ídolo con una idéntica relación. Lo cierto, entre otras cosas, fue que cuestiones de mentalidad abrían entre ellos una sima profunda. “Mi mente no respondía a los mismos parámetros que los suyos”, afirma Baez. Y no lo dice por esa anécdota que William Isaacson cuenta en su libro sobre el creador de Apple. Aquella en que la cantante, emocionada ante una cita en la que el gurú le dijo que iba a llevarla a una tienda porque había visto un vestido rojo que le sentaría de maravilla, creyó que se lo iba a regalar. Cuando entraron al local, Jobs se lo mostró y le dijo: “Yo que tú, me lo compraría”. Se refiere más bien Baez a hábitos que la superan: “No me gusta, por ejemplo, escribir notas en mi teléfono. Cuando observo a mi nieta hacerlo con esa destreza que tienen los jóvenes hoy en día, me entra un ataque de pánico”, asegura.
No cree la artista que la ilusión con lazo de la tecnología vaya a procurarnos un mundo mejor, como predicaba Jobs, a medio camino entre el mesianismo y el instinto salvaje de magnate: “Me aterra que la gente no se mire a la cara, valoro las emociones que no tienen que ver con ese ensimismamiento colectivo. Vivimos un auténtico desorden mental. Hoy los niños no están en contacto sano con la naturaleza y la gente ya no aprecia la importancia de un árbol”.
(FUENTE: EL PAÍS)