Mapas, 5G y algoritmos
China y Estados Unidos luchan por la hegemonía mundial dentro de un marco geopolítico que gira alrededor de la disrupción. Un conflicto que dilucida quién será el primero en hacer el clic que lleve a la humanidad a la era digital. Pero el ganador no se detendrá ahí. Será un winner takes all: definirá lo humano y el sentido que tendrá la relación de los hombres con las máquinas dentro de la nueva configuración del poder global. La IV Guerra Mundial es un combate con tecnologías exponenciales que se libra sobre el tejido nervioso de la historia y la geografía, ambas con mayúsculas.
China y Estados Unidos son conscientes de ello. Utilizan la inteligencia artificial (IA), la robótica, la ciberseguridad, la programación de aplicaciones en plataformas y el 5G como arsenales que percuten sobre un campo de operaciones que cartografían los estados mayores de Silicon Valley y Shenzhen. Este despliegue bélico está haciendo que la superficie política del planeta entre en ebullición. Influye el nerviosismo competitivo que provoca el despliegue progresivo de las redes 5G a partir del 2020. Entre otras cosas porque el 5G es a la revolución digital lo que el ferrocarril fue para la revolución industrial. No hay que olvidar que este sistema de comunicación inalámbrica hará posible un flujo de datos sin latencia y con capacidades ilimitadas. Algo que facilitará el progreso exponencial de la internet de las cosas, que será la antesala hacia la disrupción digital mediante la inteligencia artificial general.
Para entender este conflicto no sirve La guerra del Peloponeso de Tucídides sino El arte de la guerra de Sun Tzu. Entre otras cosas porque son los chinos los que llevan la iniciativa. Ellos eligieron el teatro de operaciones, aprovecharon la debilidad de su adversario norteamericano y diseñaron una estrategia pasivo-agresiva que persigue la victoria sin dar una batalla explícita. Quieren ganar sin derramamiento de sangre. Utilizan sus activos con el fin de arrinconar al enemigo y hacerle consumir sus recursos por aislamiento. De ahí que hayan diseñado una guerra híbrida que recubre la epidermis de su ofensiva con algoritmos y esconde su energía de combate debajo de la dermis de mapas en colisión. Desarrollan una serie de iniciativas a través de una geografía que delimita espacios de conflicto cronificados por la historia y a los que resucita, una técnica que muestra su vocación de transgredir límites y fronteras al ser esencialmente una voluntad de poder.
Esto atribuye a China una clara ventaja posicional. Le permite orillar los conflictos analógicos de la historia para liderar pacíficamente la transición hacia la era digital. Así, podrá introducir las redes 5G y el resto de las tecnologías exponenciales, garantizándose los recursos que le permitirán llegar antes a la meta disruptiva. Esto lleva a Estados Unidos a estar a la defensiva. Algo que resta su poder de acción y lo desangra en su intensidad innovadora, que es el pulso, no lo olvidemos, de la revolución digital.
Estados Unidos está a la defensiva, algo que resta su poder de acción y lo desangra en su intensidad innovadora, que es el pulso de la revolución digital
China va por delante porque administra con inteligencia sus tiempos. Aloja en su mentalidad confuciana un concepto temporal distinto al nuestro. Cuando se tiene una edad milenaria se piensa por siglos y se actúa por décadas. Una ventaja competitiva que se deja sentir bajo la presión frenética del tiempo real. Dentro de esta lógica, el 2049 es la fecha elegida por China para proclamar su hegemonía planetaria. Un siglo después de que Mao tomara el poder y doscientos años más tarde de que, según la doctrina oficial del régimen, comenzara el siglo de las humillaciones que inició la guerra del opio y concluyó con la invasión japonesa, la Segunda Guerra Mundial y la guerra civil.
El horizonte del 2049 pretende restaurar el imperio del Medio y convertir a China en la centralidad hegemónica de la globalización. Asistimos a un objetivo que proclamó Xi Jinping al llegar a la presidencia del país en el 2013. Lo hizo durante su entronización en la nueva Ciudad Prohibida y ante sus mandarines: el congreso del Partido Comunista y sus dirigentes. Entonces anunció una iniciativa geopolítica que bautizó como OBOR (one belt, one road). Un proyecto que buscaba el rejuvenecimiento de China mediante la IA y el desarrollo de una nueva ruta de la seda que integrase Asia, Europa y África. Hizo suya la tesis del heartland que propuso Mackinder a principios del siglo XX.
Entonces, el geopolítico británico anticipó que la hegemonía del futuro sería continental si se controlaba el territorio que abarca del Volga al Yangtsé y del Himalaya al Ártico. Una isla mundial autosuficiente, con capacidad de proyectar una fuerza irresistible hacia el exterior y desde la que anillar sistémicamente, como propone la tesis de Xi Jinping, tres continentes que se vertebran a través de una nueva ruta de la seda continental y marítima a través del Índico y el Ártico deshelado.
Hablamos de un imperio posmoderno asentado sobre la capacidad decisoria de una IA que, según el plan estratégico chino del 2017, logrará en el 2030 su completitud. Una dictadura algorítmica implacable. Capaz de gestionar sin obstáculos el modelo de economía 020 (online to offline) que desarrolla un capitalismo de Estado que da respuesta en tiempo real a las demandas digitales o analógicas de una sociedad centralizada y controlada. Un ciberleviatán omnisciente y omnipresente gracias a la conectividad 5G y a la gestión masiva de datos que propiciará la nueva estructura algorítmica del internet de las cosas.
China lleva la iniciativa en la IV Guerra Mundial, un combate con tecnologías exponenciales que se libra sobre el tejido de la historia y la geografía.
La distopía se insinúa mediante algoritmos pensados en Shenzhen y mapas trazados en Pekín. Sobre todo si Estados Unidos es derrotado víctima de sí mismo y si Europa se resigna a ser la nueva Hong Kong del imperio Medio.
En este sentido, los europeos tendríamos que ver la batalla que danlos hongkoneses como una anticipación de la suerte que puede correr Europa si acepta ser la periferia autónoma que nos depara China dentro de la estrategia OBOR. Otro motivo para que el Viejo Continente comprenda que debe tomar las riendas de su destino digital.
Sir Halford John Mackinder
En 1904 se presentó en Londres The Geographical Pivot of History. Halford John Mackinder era el autor. Advirtió que Gran Bretaña estaba en decadencia al depender excesivamente de su dominio marítimo. Defendía que la hegemonía del mundo pasaba por controlar la tierra del medio (heartland). Un territorio que caería en manos alemanas, rusas o chinas. Director de la London School of Economics, influyó en teóricos como Haushofer, Kissinger, Brzezinski o De Villepin. Inauguró una reflexión que, más allá del cientificismo eurocéntrico de la época, puso de manifiesto que pensar el mundo exigía estudiar su geografía. Una tarea que debían afrontar las democracias liberales si querían sobrevivir. Y es que los mapas alojan costuras del tiempo y cicatrices de la historia que merece la pena analizar si queremos entender la complejidad del presente. Algo que los algoritmos y la realidad virtual han hecho hoy más necesario que nunca.
(Fuente: La Vanguardia)