Johnson recibe un país en la encrucijada
Johnson tiene por delante tres meses para conseguir lo prometido, un acuerdo sobre el Brexit lo más cercano posible a las diferentes sensibilidades de la opinión pública conservadora, y al mismo tiempo, evitar un no deal que podría alterar los mercados financieros y provocar una recesión. Por ello, Johnson, un personaje que agrada sobre todo al electorado blanco y varón, deberá rodearse de un gabinete que cubra el máximo de frentes. Es en este contexto que se inscriben los nombramientos del nuevo gabinete.
Exalcalde de Londres, antiguo secretario de Exteriores, Johnson no tuvo ningún problema el martes para vencer al moderado y prudente Jeremy Hunt, secretario de Exteriores, empantanado estos días en las tensiones con Irán por la detención del petrolero persa Grace 1 a instancias de Estados Unidos. Johnson obtuvo las dos terceras partes de los 160.000 miembros del partido tory.
Johnson necesita toda su energía retórica para revertir el estado de ánimo de los británicos, muy baqueteado por la crisis de las últimas semanas. El Reino Unido se encuentra en una encrucijada compleja. De una parte, la sociedad está dividida entre los partidarios del Brexit (que culpan a la UE de todos los males asociados a la globalización), mayoritarios en el norte de Inglaterra y en las zonas rurales.
El temor a una crisis institucional y las relaciones con EE.UU. son también punto de conflicto
Del otro lado, están los partidarios de mantener el vínculo con la Unión Europea, los remainers, muy fuertes en el gran Londres y en Escocia, pero también entre el electorado más joven. El campo de los brexiters está polarizado por un Partido Conservador que observa con angustia el ascenso de la extrema derecha de Nigel Farage. Johnson y Farage no son exactamente enemigos, pero el dirigente del Partido del Brexit es ahora el mayor competidor en el campo que más ha trabajado el nuevo primer ministro: la derecha nacionalista y radical británica.
En el campo opuesto, los partidarios del remain no han logrado nunca convencer al Partido Laborista de Jeremy Corbyn de abanderar esta posición. La izquierda británica se ha bifurcado entre los partidarios de quedarse en la Unión y los que preferirían, como el propio Corbyn, un Brexit más suave (Corbyn siempre ha denostado las instituciones comunitarias, que asocia a la gran banca y las grandes corporaciones).
El Brexit no es el único problema al que deberá enfrentarse Johnson en los próximos meses. Pese a sus credenciales del Eton College, donde se ha formado la clase dirigente británica, lo cierto es que las élites no acaban de estar del todo seguras del resultado final del proceso de separación de la UE. La libra esterlina se ha devaluado sensiblemente desde que quedó claro que este hombre de 55 años iba a ser el nuevo primer ministro.
El peligro de recesión es real y dependerá de la dureza del acuerdo final de partida (mucho peor si no hay acuerdo, como reclaman los más radicales) y de los efectos que pueda tener sobre el comercio exterior. Asimismo, las nuevas condiciones globales en la manufactura y los flujos migratorios están complicando la creación de empleo de buena calidad.
El tercer frente crítico que debe abordar Johnson es el institucional. Ahora mismo, es difícil que el nuevo primer ministro tenga mayoría para su propuesta de separación de la UE en la Casa de los Comunes. De hecho, algunos de los ministros más conocidos, entre ellos Phil Hammond, de Finanzas, abandonarán el gabinete hoy mismo. La crisis institucional parece más que probable en una cámara legislativa que ha reve-lado, desde que se votara el referéndum en el 2016, una capacidad para el embrollo y la discusión importante.
Finalmente, está la relación con Estados Unidos. Formalmente, el Reino Unido se va de la UE para instalarse en una cómoda y privilegiada posición intermedia entre los antiguos socios continentales y el amigo americano. Sin embargo, ya han aparecido los primeros comentarios críticos sobre la peligrosa dependencia del nuevo gabinete para con la política de Donald Trump.
Johnson deberá guardar un delicado equilibrio para que estas críticas no vayan a más. El primer escollo, las tensiones entre Irán y Estados Unidos, en el que este último país ha querido arrastrar al Reino Unido al conflicto, ha constituido un banco de pruebas. Entre el electorado conservador más tradicional está la imagen de cordialidad –pero también de desparpajo– con el que Trump se movió por Londres en las celebraciones del desembarco aliado en Europa.
(Fuente: La Vanguardia)