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Las decisiones de Cristina serán para el poder o en su contra

Cristina Kirchner se prepara para administrar el poder o para disentir del poder en los próximos cuatro años. Acorralada por varias causas sobre hechos de corrupción, todo lo que hace tiene el mismo sentido: conservar y acrecentar los márgenes de poder de los que ya dispone. ¿Se equivoca? No, si se lo mira con los datos objetivos de la realidad. Si ella no hubiera elegido el combate político en 2017, y si no fuera senadora ahora, ya estaría presa. Se han dictado contra ella siete órdenes de prisión preventiva y 13 procesamientos.
No está presa porque la protegen los fueros de senadora que consiguió en 2017, aun perdiendo, en la provincia de Buenos Aires. La situación judicial es un elemento esencial para establecer por qué Cristina Kirchner se abroqueló solo con los leales, sobre todo con los que militan en La Cámpora, para confeccionar las listas de legisladores nacionales.
Nada para Sergio Massa. Este no pudo ni siquiera incluir en las listas de diputados nacionales a quien fue su jefe de campaña presidencial, Diego Bossio. En diciembre se vencerá el actual mandato de Bossio en la Cámara de Diputados.
Bossio fue un representante importante del peronismo no kirchnerista, más que nada de Massa, en las negociaciones con el gobierno de Macri durante el mandato en curso del actual presidente.
Pero Bossio fue un funcionario destacado de Cristina Kirchner, titular de la Anses, y la expresidenta no perdona las deserciones. Salvo, desde ya, las de los que le son útiles, como es el caso del propio Massa, a quien lo despojó de votos antes de que se rindiera ante ella.
«Después de su foto con Alberto Fernández, Massa ya no tenía ningún voto», señalo ayer alguien que lo conoce bien. Rendición con humillación, como le gusta a Cristina.
Tampoco Alberto Fernández fue consultado sobre las listas de legisladores nacionales. Ni se incluyeron representantes de él en esas nóminas. El argumento de Fernández de que los presidentes no se ocupan de las listas de legisladores nacionales fue un error histórico (para llamarlo de algún modo).

Desde Raúl Alfonsín hasta Mauricio Macri (ni hablar de Néstor y Cristina Kirchner) todos los presidentes se ocuparon personalmente de los candidatos a ocupar bancas en el Congreso. Es razonable. La gobernabilidad de ellos dependería, si ganaban, de esos hombre y mujeres que se incorporarían al Congreso.
En una respuesta explícita a esa imagen de debilidad frente a Cristina, Alberto Fernández anticipó que será él quien designará a su gabinete. ¿Y si hubiera diferencias con Cristina?, le repreguntaron. «La decisión final será mía», respondió. En el Instituto Patria hubo gestos de desagrado. En la antesala de Cristina, hay ya colas de supuestos leales que esperan cargos de ministros, de secretarios de Estado y hasta de embajadores. Pero Alberto Fernández no tiene el carácter componedor de Daniel Scioli ni de Héctor Cámpora. Son entonces fácilmente previsibles las crisis que podrían estallar, en caso de que ganaran, cuando choquen dos personalidades fuertes, una con el poder formal y otra con el poder real.
El poder real. Eso es lo que busca Cristina, aunque para conseguirlo haya tenido que resignar la candidatura presidencial. En la provincia de Buenos Aires, donde está el conurbano, que es el feudo político de la expresidenta, solo delegó la lapicera en manos de su hijo Máximo Kirchner.
El hijo se quedó con la lapicera y con el poder en el distrito más importante del país. Sus amigos de La Cámpora coparon las listas. ¿Están enojados los intendentes? Sí, pero, según fuentes políticas de la provincia, no harán nada hasta después de las primarias de agosto.
Ellos también quieren saber cómo está cada cual en el electorado bonaerense. ¿Está decepcionado Massa por el trato que le dieron en el cristinismo? Sí, pero ya le prendió fuego a su carrera política. Cristina aspira a controlar el Congreso, si le tocara la victoria, desde la poltrona de vicepresidenta, que está precisamente en el principal despacho del Congreso.
Una parte de la razón de su proyecto electoral se corresponde con su condición de mujer de política y de poder, que es lo que también es. Pero otra parte no menor de esa razón es el destino necesariamente complicado que tiene en los tribunales federales. Si llegara a la vicepresidencia, ya no la protegerán solo los simples fueros de senadora. Estará bajo una protección mayor: solo un juicio político podría terminar con su encarcelamiento. El juicio político se inicia en la Cámara de Diputados, como cámara acusadora, y termina en el Senado, como cámara que juzga. Se necesitan los dos tercios de ambas cámaras para destituir a un vicepresidente (o a un presidente). Cristina podría ir presa solo si el juicio político fuera aprobado por las dos cámaras. Tales mayorías no existirán nunca si ella ganara junto con Alberto Fernández las elecciones presidenciales.
Si perdiera, la resguardarán los fueros de senadora, que los tendrá hasta 2023. En la presidencia del cuerpo estará probablemente el actual senador Miguel Ángel Pichetto, que no modificó su teoría de que solo deben permitirse el desafuero y la prisión de un senador si existe sentencia definitiva. También Cristina necesitará en esa caso la disciplina ciega de los bloques parlamentarios por otra razón. Una cuarta derrota consecutiva de ella (ya perdió en 2013, en 2015 y en 2017) provocaría seguramente una sublevación del viejo peronismo para deshacer su liderazgo. Ella lo sabe. El peronismo perdona hasta la traición, pero no la derrota. No se la habría perdonado ya si hubiera surgido un liderazgo alternativo al de ella. El problema es que ningún otro peronista tiene la intención de votos que tiene ella.
La confección de listas dejó también notables contradicciones. Massa se fue con Cristina mientras la principal aliada de Massa en los últimos años, Margarita Stolbizer, terminaba de escribir un libro ( Ella miente) que es una refutación al libro de Cristina ( Sinceramente). El libro, que estará en las librerías esta semana, tiene como coautora a la abogada Silvina Martínez y es una respuesta a la victimización de Cristina. El libro de Stolbizer y Martínez se enfoca sobre todo en los hechos de corrupción durante el kirchnerismo. Las autoras sostienen, por ejemplo, que el monto comprobado hasta ahora del robo al Estado es de 2000 millones de dólares.
Esa cifra es la suma de todos los embargos que existen sobre la familia Kirchner y sus testaferros. «Laberinto de testaferros» lo llaman porque hay testaferros de testaferros. Señalan en esa condición a Lázaro Báez, a Cristóbal López, a los hermanos Fabián y Osvaldo de Sousa y a Daniel Muñoz, entre otros. Ni Florencia Kirchner se salva de la impugnación de ese libro. Sostienen las autoras que Florencia no fue una heredera más de su padre, sino que figuró como vicepresidenta primera de las empresas Los Sauces y Hotesur y que firmaba las actas del directorio. «Si los padres la expusieron sin razón, la culpa es entonces de los padres», sostienen. Stolbizer presentó tres denuncias más contra Cristina Kirchner, Máximo Kirchner, Osvaldo Sanfelice (a quien también sindica como testaferro) y Ricardo Echegaray por enriquecimiento ilícito y asociación ilícita.
Stolbizer rompió con su exsocio político Massa. Tal vez nunca imaginó que este terminaría girando en 360 grados para volver al lugar donde nació su carrera política: el kirchnerismo. De todos modos, fueron necesarias dos mujeres, Elisa Carrió y la propia Stolbizer, para llegar hasta el núcleo duro del poder económico de los Kirchner. Es probable que Cristina no pueda usar nunca gran parte de ese imperio económico. Por ahora, lucha por su libertad y por conservar el poder político. Es la conclusión más sobresaliente de la confección de sus listas.

(FUENTE: LA NACIÓN)