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A 25 años del último partido de Maradona en la Selección

Era una fiesta. Terminó en un drama nacional. Hace 25 años exactos, Diego Maradona jugaba su último partido con la Selección tras el 2-1 a Nigeria por la segunda fecha del Grupo D del Mundial 1994 de Estados Unidos. El control antidoping cantó efedrina y abrió la puerta a la victimización del astro y de los millones de hinchas con la frase «me cortaron las piernas». 

El campamento argentino en el Babson College regalaba optimismo. Argentina se había repuesto del 0-5 con Colombia y en el repechaje ante Australia había recuperado a Diego Maradona. Alfio Basile había definido un plantel muy competitivo, con varias figuras de los títulos de las Copa América 91 y 93. Sobraba confianza.

Islas; Sensini, Cáceres, Ruggeri, Chamot; Simeone, Redondo; Balbo, Maradona; Caniggia, Batistuta fue la formación inicial del 4-0 del estreno ante Grecia en el ya demolido estadio Foxboro, donde jugaban los Patriots, de la NFL. Los 22 lo completaban Goycochea, Scoponi, Vázquez, Borelli, Hernán Díaz, Mancuso, Basualdo, Hugo Pérez, Medina Bello y Ortega.

Batistuta hizo un hat-trick. Marcó a los 2 minutos, 44 y con el penal de los 90. Maradona había hecho el tercero, a los 60. Cuando faltaban diez minutos Mancuso entró por Balbo, al borde un desgarro. Y cuando quedaban tres, Basile sacó a Diego e hizo debutar a Ariel Ortega en un Mundial.

De ese partido quedó una imagen que luego se interpretó de cualquier manera. La de Maradona gritando desaforado su gol frente a la cámara de la TV oficial. Con el doping consumado, no faltó quien creyó ver algún indicio de droga en el gesto. Un disparate. El propio Diego contó que fue un desahogo y no faltó quien dijera que los destinatarios del grito eran Bernardo Neustadt y José Francisco Sanfilippo por las críticas a la Selección tras aquel 0-5 con los colombianos.

Basile repitió la formación, en el mismo escenario, cuatro días después, ante Nigeria. Un mal pase de Redondo fue cortado en el medio, de donde surgió una rápida habilitación a Samson Siasia, quien definió cuando salía Islas. Aquel equipo africano era fuerte en lo físico y con concepto de juego. Finidi, Amunike, Yekini era los nombres más conocidos. Jay Jay Okocha, suplente, otra estrella. Esa base más la incorporación de Kanu ganó el título olímpico, dos años después, al vencer en la final a la Argentina que ya dirigía Daniel Passarella.

Los nigerianos también eran algo ingenuos. Sólo trece minutos después de ponerse en ventaja cometieron una falta innecesaria en el borde del área. Se pararon Maradona y Batistuta. Se adelantó Diego y la pisó hacia atrás. Bati metió el bombazo que el arquero Rufai contuvo sin retener. Caniggia la empujó a la red. Y siete minutos más tarde, hubo una falta sobre la izquierda a Diego. El árbitro sueco Karlsson no dio ventaja y obligó a hacer el tiro libre. Los nigerianos sacaron la vista de la pelota y fueron al área a defender. Finidi no advirtió que detrás suyo estaba Caniggia gritando: «Diegooo….Diego…» Y Diego tampoco lo había visto hasta que lo despertó la voz de su compañero. Le dio el pase y Caniggia, libre como el pájaro que era, entró al área y definió al otro palo.

Todavía se disfrutaba la convertibilidad y un peso valía un dolar, así que en el Foxboro había una multitud albiceleste. Bill Clinton promediaba el segundo año de su primer mandato y todo Estados Unidos estaba frente a los televisores. Internet era rudimentaria, no existían las redes sociales y el gran adelanto tecnológico era el fax. La TV estallaba de rating con el caso «O.J.Simpson». El ex jugador de la NFL, todo un ídolo, era sospechoso de haber matado a su esposa Nicole Brown y a su presunto amante, Ronald Godman. El abogado de Simpson ganaba pantalla. Era Robert Kardashian, el padre de Kourtney, Kim y Klohé, por entonces unas niñas.

Las noches del Babson las matizaban los Midachi, contratados para entretener al plantel. No era nuevo. En la Segunda Guerra Mundial, estrellas de Hollywood viajaban al frente a distraer a las tropas. La única división entre los jugadores estaba en las gorritas. Cada uno llevaba su publicidad y no había entrevista que antes no requiriera que los futbolistas acomodaran su vestuario.

Maradona era un bailarín. Pesaba 74,500 kilos y ocho antes, en México ’86, jugó con 75. Tanto él como los otros 21 habían pasado sin sobresaltos los controles antidoping privados que dispuso el cuerpo técnico.

Ricardo Echevarría, quien había estado en todo el proceso de Carlos Bilardo, era el preparador físico. Ernesto Ugalde era el médico al que antes del viaje a Boston se sumó Roberto Peidró, recomendado por Rubén Díaz. El Panadero y Reinaldo Mostaza Merlo fueron los ayudantes de Basile. Fernando Signorini era el PF personal de Diego, el hombre que lo había puesto en forma para el Mundial, en un largo y exigente proceso de entrenamientos previos. Maradona, además, llevó a Daniel Cerrini, un fisicoculturista que entonces tenía 27 años, y atendía la dieta del 10 y de su entonces esposa Claudia Villafañe.

En la habitación 217 del Babson, Maradona tenía su coto privado. Allí guardaba los suplementos que le proporcionaba Cerrini, quien se quedó sin suministros y fue al centro de Boston a comprarlos. La diferencia entre Ripped Fuel y Ripped Fast fue fatal. Uno contiene efedrina, el otro no.

«No sabés todo lo que tenía», le admitió Julio Grondona a este cronista en Dallas, cuando el desastre estaba consumado. No dio detalles. Horas después, Maradona aseguraba que le habían cortado las piernas.

Es cierto que Maradona era Maradona y hacía y deshacía. También es cierto que sabía que cualquier paso en falso costaría carísimo. Como mínimo, hubo impericia en el desconocimiento de que la efedrina estaba dentro de las drogas prohibidas. Y es cierto que la FIFA también puso palos en la rueda a los médicos Ugalde y Peidró cuando denunciaron incorrecciones en la contraprueba. La sospecha de Basile de que Joao Havelange fue decisivo para definir la expulsión de Maradona es tan atendible como incomprobable.

Un cuarto de siglo después, solo hay aproximaciones a lo que ocurrió, nunca una verdad absoluta, terminante, indiscutible. Certezas y suposiciones hacen un cóctel increíble al que no le llegó la fecha de vencimiento, salvo para el protagonista principal.

Maradona jugó 15 partidos y marcó 8 goles en el Juvenil; hizo 31 goles en 89 partidos de la Mayor. Se cumplen 25 años de la última vez. Parece que fue ayer.

(Fuente: Clarín)