Las contradicciones de genero al calor de la lucha
El inmenso desarrollo de la lucha del movimiento de mujeres en nuestro país tiene una rica historia. Hace casi 20 años, la querida camarada María Conti, fallecida en 2007, escribía un artículo en nuestra revista Política y Teoría N°44, agosto-octubre de 2000, analizando la rica experiencia de las mujeres matanceras.
Allí, firmando con el seudónimo Josefina Rincón titulaba Una experiencia en el tratamiento de las contradicciones de género al calor de la lucha política, su análisis sobre la base del “trabajo femenino desarrollado en el Barrio María Elena de La Matanza, que tiene muchos años y variados aspectos. Pero tomaré centralmente la práctica que hemos hecho en relación con el tema de violencia que sufren las mujeres en sus hogares”. De este artículo, que recomendamos su lectura completa, extraemos parte de sus conclusiones.
Los debates
Nos preguntamos, al calor de la lucha política, si el tratamiento de estas contradicciones de género que sufrimos las mujeres, producto del lugar subordinado que ocupamos en la sociedad y en la familia, divide o impide el tratamiento de la contradicción principal, que implica hoy en los movimientos de masa la lucha contra el hambre y por trabajo.
En ocasiones se piensa que plantear iniciativas que tomen esta contradicción de género es “correr el riesgo de anteponerla a la contradicción de clase, que es la principal”.
Hay una especie de alarma cuando se habla de un “escrache a un cartonero”, pero no se escucha muy a menudo que nos conmueva la situación de degradación a la que son sometidas miles de mujeres en sus hogares, agudizada ferozmente por el hambre y la desocupación.
A todos nos parece bien que, ante un “chorro” en un barrio, se le hable, y se le hable, y en última instancia se lo apriete porque es una necesidad del conjunto de los vecinos: ¿nos indigna de igual manera que un hombre (o una gran cantidad de hombres) en la mayoría de los barrios, golpee a su mujer cual si fuera su propiedad, en algunos casos hasta matarla?
Hay una pregunta que tenemos que hacernos: ¿El tratamiento de las contradicciones de las mujeres, suma o resta en la lucha que tenemos planteada?
La experiencia, hasta ahora pequeña, indica que el tratamiento de estas contradicciones, que son secundarias y subordinadas a la principal, no solo ayudan, sino potencian la participación de las mujeres en la lucha. Así ha sido, hasta ahora, en el movimiento de desocupados de La Matanza.
Para nosotros, los comunistas, el tema no es que las mujeres solo participen en la lucha por sus necesidades inmediatas. Queremos que no sea solo una élite de mujeres revolucionarias la que continúe la lucha, porque pudo romper con su vieja ideología y con las trabas familiares. Los comunistas trabajamos para que sean miles las mujeres que se incorporen a la lucha no solo reivindicativa, sino política, se puedan convertir en dirigentes de masas, puedan ser militantes revolucionarias y sean parte activa del torrente que hará la revolución en la Argentina.
Las causas
Las mujeres sufrimos una doble opresión. Nos explotan como trabajadoras, situación que compartimos con nuestros compañeros de clase. Nos oprimen como mujeres en la familia, porque somos las “encargadas” de reproducir este tipo de familia, patriarcal, donde reproducimos, criamos, educamos, alimentamos a los obreros que los capitalistas explotan a diario. Este lugar que se nos asigna en la sociedad implica subordinación y discriminación en todos los ámbitos, e impone relaciones de poder también en la familia.
Esta opresión tiene su origen en la aparición de la propiedad privada, en el surgimiento de la sociedad de clases, que dio lugar a lo que Engels llamó “la gran derrota del sexo femenino”. La mujer fue expulsada de la producción, confinada a la casa, a ser propiedad del hombre, a darle hijos que sólo fuesen de él, que garantizaran heredarle.
Estas son las bases materiales de la tan mentada doble opresión sobre la cual se levanta el gigantesco edificio de ideas, costumbres, tradiciones, con el cual vivimos. Ideas que incluso las mujeres aceptamos como “naturales”. Esta situación de doble opresión de la mujer, basada en causas económicas, solo se resolverá definitivamente cuando desaparezcan esas causas que le dieron origen. Y principalmente cuando desaparezca su atadura a la “esclavitud doméstica”. Cuando podamos vivir en una familia verdaderamente democrática. Eso se dará plenamente mucho después de la revolución y en el camino de la construcción de una nueva sociedad, sin explotadores ni explotados. Pero eso no implica que nos sentemos a esperar que suceda y condenemos a las mujeres a que lo resuelvan solas o lo resuelvan solo algunas. Porque ante la realidad con la que nos encontramos a diario, si no tenemos línea específica para su tratamiento, de hecho (tomando el caso de la violencia doméstica) las mujeres van a hacer la denuncia a la comisaria, se recuestan en la iglesia que les asigna resignación, o solamente se resignan.
En el medio de la lucha se comienzan a comprender las verdaderas causas de los sufrimientos. Las mujeres empiezan a vislumbrar que no están destinadas a ser pobres toda la vida, que en la sociedad hay un pequeño, pero poderoso grupo de personas que son las responsables de que vivamos millones en la pobreza. Empiezan a comprender la “política del gobierno”; “que este gobierno de De La Rúa es otro gobierno pero con la misma política de Menem”, “que existe el imperialismo y los terratenientes”. Y lo principal de todo: que esto se puede cambiar.
Y nos planteamos, siguiendo en el camino de lo que aprendimos junto a muchas más en los Encuentros Nacionales de Mujeres: también es parte nuestra lucha que miles de mujeres que participan en los movimientos populares, empiecen a comprender que el lugar subordinado que ocupan en la sociedad y en la familia, por el solo hecho de ser mujeres, no es “natural”, sino que tiene causas sociales e históricas, que no fue siempre así, que se puede cambiar. Que la violencia que sufren a diario, psicológica o física, no es inherente al ser humano, es adquirida social e históricamente.
El descubrir las causas de esta opresión es un debate estratégico, para la revolución, no solo para ahora. Que miles de mujeres que luchan en los movimientos que crecen en todos lados, cuestionen a su vez la existencia eterna de la “sacrosanta familia patriarcal” sobre la cual se asienta esta sociedad capitalista, es la necesaria conjunción para que puedan desplegar toda su potencialidad.
Línea y organizaciones específicas
La incorporación de las mujeres a la lucha implica para el proletariado y su partido tener en cuenta que la doble opresión requiere de una línea y una orientación especifica. Requiere que en cada lugar, movimiento o sector en el que trabajamos, partiendo del momento político y a la par de la lucha general tengamos una línea y organizaciones específicas que creen mejores condiciones para que las mujeres luchen.
Así sucede con el movimiento de Amas de Casa del País en los barrios, que en la lucha por pan y trabajo es un instrumento para que las mujeres debatan y traten sus problemas específicos.
Así también con las Secretarías de la Mujer en los gremios, que tienen que servirle a las mujeres para tener mejores condiciones para incorporarse a las direcciones y pelear por sus derechos y los del conjunto de los trabajadores.
Así sucede también con los Encuentros Nacionales de Mujeres, que son un gigantesco espacio de debate donde ubicando con claridad el momento político, somos miles las mujeres que debatimos nuestra situación cotidiana. De esa manera ubicamos al enemigo principal en cada momento. Volvemos a nuestros lugares con mejores condiciones y más fuerzas para luchar. Porque a la par de ese debate político coyuntural, se discuten los problemas específicos que tenemos como mujeres, desde los más inmediatos como la salud, la anticoncepción, los hijos, la violencia, los abortos, hasta los más profundamente arraigados como nuestra sexualidad, nuestro cuerpo, el lugar subordinado que tenemos en la familia y la sociedad.
Por: María Conti (Hace casi 20 años, la querida camarada María Conti, fallecida en 2007, escribía un artículo en nuestra revista Política y Teoría N°44)