Evita el macrismo
Hace cien años nació esa mujer que Argentina transformó en un mito: Eva María Duarte, Eva Perón, Evita. Amada por unos y odiada por otros, la llama de la segunda mujer del ex presidente Juan Domingo Perón tampoco se apagó tras morir de cáncer a los 33 años y ha pasado a la historia como la argentina más influyente del siglo XX. Fue el ariete que abrió las puertas de la mujer a la participación política y defendió los derechos de los más humildes. En Los Toldos, la localidad bonaerense donde nació el 7 de mayo de 1919, convocaron este lunes a una vigilia para conmemorar su centenario, mientras que decenas de actos la homenajearán esta semana en todo el país.
«Evita tuvo la oportunidad de tomar y construir un camino político y no dudó. Triunfó aunque lo tenía todo en contra: era mujer, era actriz, trabajaba cuando aún no era muy aceptado que las mujeres trabajasen y no era bien vista en el entorno político, pero actuó siempre con naturalidad y sin importarle las críticas», dice desde Boston la historiadora española Marysa Navarro, quien publicó en 1982 Evita, la primera biografía destacada de la ex primera dama.
Eva Perón fotografiada en su quinta de San Vicente en 1948.
En un país con una tradición feminista que arrancó a fines del siglo XIX con referentes como Julieta Lanteri, Alicia Moreau y Elvira Rawson, entre otras, Evita logró lo que ellas no habían conseguido: la sanción del voto femenino. «Aquí está, hermanas, resumida en la letra apretada de pocos artículos, una larga historia de lucha, tropiezos y esperanzas», dijo la entonces primera dama el 23 de septiembre de 1947 cuando recibió la promulgación de la ley de manos de Perón.
A mediados de 1949 creó el Partido peronista femenino y en 1951 logró que el peronismo adjudicase seis bancas de senadoras y 23 de diputadas a la rama femenina. Navarro duda que Evita actuase influenciada por las feministas de su época, a las que despreció en varias ocasiones, y da una posible hipótesis sobre sus diferencias con ellas. «El feminismo quería dar poder a la mujer. Evita quería que las mujeres participasen para apoyar a Perón, son dos objetivos que no tienen nada que ver», subraya la historiadora. «Aun así, sin querer queriendo Evita abrió todas las puertas para la mujer en la política».
«Se proclamaba antifeminista porque estaba contestando al feminismo de corte liberal e individualista, contestaba a Victoria Ocampo, por ejemplo, nada que ver con lo que hoy sería el feminismo popular», opina la docente y filósofa Flora Vronsky.
Una pintada recuerda a Eva Perón en Los Toldos, su pueblo natal en la provincia de Buenos Aires.
Cuando Evita murió, en 1952, la participación política femenina retrocedió: de representar el 18,9% de la Cámara de Diputados ese año pasaron al 7,4% en 1973. Pero las puertas no se cerraron del todo. Cuando Perón muere en 1974 le sucede su esposa. María Estela Martínez de Perón, Isabelita, se convirtió así en la primera mujer en ese cargo en todo el continente y en 1991 Argentina fue el país pionero en imponer por ley un cupo femenino en ambas cámaras del Congreso. «Normalmente los movimientos políticos tienen sólo un líder, pero en el peronismo fueron dos: Perón y Evita, tan carismáticos ella como él», destaca Navarro. Considera que sus discursos encendidos – «con un lenguaje sencillo y emocional»- y su cercanía con los más necesitados hicieron que se ganase con rapidez el corazón de trabajadores, niños y amas de casa.
El ex diputado y líder sindical ferroviario Lorenzo Pepe recuerda que en 1949, Perón y Evita llegaron a un acto de la Unión Ferroviaria, en el que él militaba. «Éramos 180, pero Perón nos abrazó uno por uno y Evita posó sus dos cachetes. Era una caricia, aún se me pone la piel de gallina al recordar la tersura de su rostro», dice en su despacho del Instituto Juan Domingo Perón, que preside desde hace más de una década. Pepe, que hoy tiene 87 años, se acuerda también de las palabras de una mujer de Añatuya, en la norteña provincia de Santiago del Estero, cuando le preguntó por el altar a Evita que tenía en su casa, a mediados de los años 60. «Me dijo: ‘la Iglesia nunca la va a reconocer, pero para nosotros es una santa. Me salvó de morir de hambre con la Singer».
Son muchos los argentinos con anécdotas sobre los juguetes que recibieron de niños y que están expuestos estos días en el Museo Evita. Otros hablan de las Singer, las máquinas de coser que la Fundación Eva Perón entregó a su madre u otra mujer de su familia o la ayuda con la que pudieron acceder a una vivienda. Entre los empresarios hay quienes aseguran también que eran forzados a realizar donaciones.
Evita pregonaba que el destino de la mujer era servir a los otros y alababa la idea de la mujer madre, pero con su vida de trabajo y sin hijos dio un ejemplo opuesto al que muchas se aferraron después. «Creo que su mayor legado fue haber introducido la conciencia de clase. Hacer que el pueblo trabajador entienda que tiene la palabra y el poder de cambiar el rumbo del país y que para eso tiene que organizarse», opina Vronsky. La persistencia de su figura va más allá de su rol político y social. Como todo mito, se enriquece con relecturas nuevas por parte de las generaciones más jóvenes, sostiene esta filósofa: «Parece una llama votiva, un fuego que nunca muere y que hay momentos en los que arde más».