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El sistema político es cómplice de la corrupción

-¿Acordaste o hablaste con el Papa tu presencia en tribunales junto a Cristina?

-La respuesta es la misma cada vez que me hacen esa pregunta. Nunca le pregunté ni el Papa me indicó qué era lo que tenía que hacer. Ni ahora ni nunca. Fui porque sentí que lo tenía que hacer, ante lo que considero un ataque teledirigido. En la Argentina manejamos unos niveles de hipocresía patológica.

-¿Por qué?

-Pareciera ser que de repente nos enteramos de que el sistema político es una cloaca de corrupción y que hay una señora que es la jefa de toda esa mafia, que es Cristina. No estoy de acuerdo. Se ha puesto de manifiesto algo que todo el mundo conocía, que es que la política se financia con aportes irregulares de empresas. Toda la política, la del Pro, la del Frente Renovador, la del PJ, y la del Frente para la Victoria, y esto es así desde que yo tengo memoria, desde que Franco Macri hacía los aportes a la campaña de Grosso. Eso ha creado una casta política asociada a las empresas contratistas que de ninguna manera está personificado en Cristina. Los gobiernos de Néstor y de Cristina Kirchner no cortaron con ese sistema. Tampoco lo hizo el de Macri ni el de María Eugenia Vidal .

-Aunque no se personifique en Cristina, ¿ella no es parte o cómplice de ese sistema corrupto?

-Todo el sistema político es cómplice de la corrupción.

-Pero ella fue presidenta 8 años ¿no tiene un grado mayor de responsabilidad?

-No creo. Tiene el mismo grado de responsabilidad que otros, incluidos los grandes medios. Por ejemplo, cuando se logra que se derogue la ley de medios por decreto y que se apruebe una fusión entre Clarín y Telecom, y que aumente la pauta publicitaria estatal a ese grupo porque apoya de manera explícita a un sector de la política ¿eso no es un retorno? Salvo los humildes y los trabajadores, todos tienen responsabilidad. No me cabe duda de que Cristina también tiene responsabilidad. Pero otra cosa es avalar que haya una campaña teledirigida con el objetivo de perjudicar a la principal figura política de la oposición, y aclaro que no soy militante del kirchnerismo ni lo fui. Ni siquiera pienso que tenga que ser la próxima presidenta. No me parece que vaya a cambiar radicalmente la vida de nadie. Lo que sí cambia la vida y la sociedad es permitir que haya un deterioro de la pluralidad y de la paz social a través de un ataque teledirigido a un sector de la política. Esto es un ataque contra Cristina, porque la quieren proscribir. La defiendo porque sé que si destruyen esa fuerza política la Argentina va a ser un país peor, porque va a haber menos diversidad, menos pluralismo y más poder de un solo lado. Y eso nos va a hacer mal a todos, porque va a avanzar la concentración económica y va a haber menos derechos sociales.

-Dijiste que creés en la inocencia jurídica de Cristina. ¿En todas las causas?

-Conozco a fondo sólo esta y la del memorándum. Las demás intuyo que tienen un patrón similar. Decir que Cristina era jefa de una asociación ilícita destinada a recaudar fondos ilegales habilita a aplicar ese mismo calificativo a cualquier político de la Argentina. Si uno criminaliza la política y sus prácticas habituales de financiamiento, todos los dirigentes son jefes de asociaciones ilícitas. Eso, que podría sonar lindo si la alternativa fuera un mayor nivel de democracia y de transparencia, pasa a ser negativo si con eso se empoderan los poderes no democráticos, como el Poder Judicial, que no tiene control social.

-¿Cómo es eso?

-La paradoja de que Bonadio, elegido en la servilleta de Corach, sea la vara de la moral social en la Argentina, es expresivo del nivel de hipocresía que manejamos. Sólo se va a poder superar esta situación si se hace con sinceridad y no con dedito acusador que sólo sirve para aumentar los niveles de odio y de grieta social. Estamos frente a una cuestión política y en general la sociedad se posiciona políticamente sobre este tema. Si es político hay que discutirlo políticamente, no jurídicamente.

-Cualquier ciudadano común había escuchado que había corrupción sistemática en el transporte, en la obra pública y en la recaudación de campaña. ¿Cristina no sabía?

-Yo no digo que no sabía. El tipo que va a laburar todos los días ya sabía que estaba todo putrefacto. Las grandes revelaciones de hoy son cosas que todo el mundo sabía.

-¿No te genera una contradicción defender a alguien que era parte de ese sistema corrupto?

-Tengo contradicciones todo el tiempo. Tengo contradicciones cuando hablo con La Nación y con Clarín y cuando negocio con un gobierno que considero que está haciéndole daño a los más pobres.

-¿En este caso cómo saldás esa contradicción?

-Aprendí de la reflexión más espiritual. Con las contradicciones no hay que enojarse. Hay que llevarlas con el corazón limpio, tratando de buscar el mejor resultado posible. El mejor resultado posible de esto es que haya una discusión sobre cómo podemos redignificar el ejercicio de la política hacia adelante y que lo que haya que juzgar del pasado se haga en un marco de plenas garantías y derechos constitucionales, sin usar a la justicia para dañar a una persona que, al igual que en Brasil, es la figura política más influyente de la oposición. Es una forma de incidir en el proceso político de manera directa. No creo que nadie piense de verdad que esto es un proceso jurídico impoluto, imparcial, donde todos están cumpliendo con las reglas del debido proceso, con ecuanimidad.

-Si en un proceso que consideraras justo Cristina fuera condenada, ¿tu posición sería diferente que la de hoy?

-Sí. Pero implicaría que viviéramos en otro país. La ley tiene que ser pareja para todos, si no es pareja para todos, no vale. Si fuese pareja, tendrían que ir presos todos los dirigentes políticos de la Argentina. Y todos los empresarios de obra pública.

-¿Qué tendría de malo que fuesen presos todos los políticos y empresarios que formaron parte de ese sistema corrupto?

-Es que antes tendría que ir preso Bonadío. El juez que juzga no tiene probidad moral. El sistema está todo basado en esto. Tenemos una crisis sistémica. Para reformar eso hace falta una reforma del sistema, y eso no es lo que está sucediendo. Lo que está sucediendo es que se aplica una ley despareja. Alguien podría decir: «Bueno, al menos es mejor que se le aplique a algunos». No, porque eso desbalancea el sistema político y es más sufrimiento para el pueblo. Weber [Max] decía que hay dos tipos de ética, de los principios y de la responsabilidad. Desde el punto de vista de los principios no me cabe la menor duda de que si hubo un crimen debe haber un castigo. Ahora, desde el punto de vista de la ética de la responsabilidad, sé que en el contexto en que esto se está desarrollando, no sólo atenta contra los principios de igualdad ante la ley, sino que el resultado político que va a producir es un nivel mayor de concentración del poder. Esa es la posición filosófica que me llevó a acompañar a Cristina.

-¿El kirchnerismo comparte tu preocupación por hacer una reforma de fondo para dejar atrás el sistema corrupto?

-No. No lo veo. Hay dos relatos. Los dos son falsos. Uno es que acá no pasó nada y que todo es una operación política. Otro dice que Cristina se robó un PBI y lo tiene escondido en la casa, y que lo único que se hizo en su gobierno fue robar. No, señor. Pasaron otras cosas. Existió la unidad latinoamericana, el «No al ALCA», la AUH. Se hicieron otras cosas. Son dos relatos que reducen la realidad. Yo creo que hay un poco de verdad en cada uno. Tiene que haber una reforma cultural e institucional. Si la gente que se dedica a la política está pensando en cómo se convierte en millonario, siempre va a encontrar una buena forma para hacer trampa. Propongo un ejercicio para todas las personas que se consideran de buena voluntad. Lo de Vidal, con los aportes truchos, ¿no es exactamente lo mismo? En otra magnitud, obviamente, porque estamos hablando de la provincia de Buenos Aires, de un gobierno nuevo. Pero marca la necesidad de justificar aportes en negro usando gente humilde. Así como no creo que Cristina tuviera el detalle de cómo se financiaba su campaña, tampoco creo que lo tuviera Vidal. Existe algo que se llama Oficina Anticorrupción, donde hay una señora Laura Alonso que no sé si es buena o mala persona, lo que sé es que es una dirigente política del macrismo. Es obvio que va a perseguir a sus opositores y va a amparar a los propios.

-¿Por qué no sos kirchnerista?

-Porque considero que para que la Argentina salga de la decadencia en la que está tiene que haber una transformación estructural, de la distribución de la riqueza, del poder, de la tierra y de las instituciones, y no creo que el kirchnerismo esté en ese proyecto. En la CTEP tenemos un acuerdo que la CTEP es una organización sindical que no tiene una posición político partidaria. Al interior, hay muchas miradas sobre distintos temas. Esto que estoy diciendo es una posición personal.

-¿Verías con buenos ojos que las fuerzas políticas que están detrás de las organizaciones sociales del denominado triunvirato piquetero confluyan en un frente electoral con el kirchnerismo?

-Vería con buenos ojos un frente opositor con toda la oposición política, incluido el kirchnerismo, el sector de Felipe Solá, los gobernadores, detrás un programa distinto al programa del Gobierno. Es una posición política, no ética. Hay tipos que son rufianes y otros que deben ser muy buenos tipos.n el centro de la escena desde que apareció ayer al lado de Cristina Kirchner en tribunales, Juan Grabois reivindica su presencia junto a la ex presidenta con argumentos diferentes de los que usan los dirigentes kirchneristas. En una charla con LA NACION, el dirigente de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP) niega que siga instrucciones del Papa y dice que «Cristina tiene responsabilidad» por el sistema de corrupción que funciona en la Argentina. Pero sostiene que es un problema estructural que afecta a todos los partidos y gobiernos por igual. Advierte, en ese sentido, que existe una persecución contra la ex presidenta y que si destruyen su fuerza política el resultado será más concentración política y económica y menos derechos sociales.

Fuente La Nación