Del «vivir de prestado» a las reformas impositiva y laboral
Marcos Peña no pudo haber sido más claro. Ayer, en un coloquio de IDEA siempre pletórico de buscavidas y gerentes wannabe, donde por primera vez en más de una década volvió a dejarse ver un puñado de dueños de la Argentina, avisó que se viene la era de las reformas «donde cada uno tiene que ceder un poco». Sintonizó así con el pedido que había hecho al inaugurarlo María Eugenia Vidal («a algo vamos a tener que renunciar para que todos ganen») y anticipó el leitmotiv que entonará el Gobierno inmediatamente después de las elecciones, con una agenda de reformas que empezará por lo laboral y lo impositivo. Es la traducción al lenguaje político de las advertencias que escucharon las espadas económicas del gabinete en la previa de la asamblea anual del FMI en Washington: Wall Street no financiará mucho tiempo más un gradualismo fiscal que le reditúa intereses jugosos pero que empieza a olerle a neopopulismo poco sustentable.
El apuro oficial por avanzar con las reformas impositiva y laboral (a las que más adelante se sumará la jubilatoria) responde en rigor a dos motivos. El primero es la necesidad de aprovechar durante el mayor tiempo posible la legitimación que obtendrá Cambiemos en las urnas en nueve días, pase lo que pase con la elección bonaerense. El segundo es ese agotamiento que empezó a palparse discretamente en Washington de la política de «vivir de prestado». Esa línea de crédito es en definitiva la que le permitió comprar gobernabilidad y postergar sine die una unidad opositora que nublaría sus chances releccionistas.
La inflación de septiembre, idéntica a la que marcaba en septiembre de 2015 el IPC-Congreso (1,9%), fue el otro tono que hizo desafinar al coro de optimistas que se agolpó en el desbordado Sheraton marplatense. Con Nicolás Dujovne, Luis Caputo y Federico Sturzenegger en Washington para la cumbre del Fondo, no había a mano nadie que explicara lo evidente a los hombres de negocios en Mar del Plata: la «desinflación» parece haber naufragado pese al torniquete monetario del Banco Central y a un ancla cambiaria que solo se soltó unos días en la previa de las PASO. El tarifazo energético y la inercia, dos términos que no entran en la ecuación monetarista del Central, metieron finalmente la cola.
Claro que ni el rebrote inflacionario ni las alarmas de Washington alcanzan para nublar la euforia que cunde en el empresariado ante las encuestas. La compulsa que suele hacerse entre los asistentes al lobby marplatense a cielo abierto marcó el mayor optimismo desde 1995, cuando Carlos Menem se encaminaba hacia la reelección. El consenso que soñó durante largos años el establishment está servido: el sindicalismo se muestra dócil, jaqueado por causas judiciales y desprestigiado socialmente y al Gobierno solo le queda vencer la resistencia que pueda articularse desde las bases.
Reformistas
Lo que quisieran los empresarios es que la reforma avance por carriles institucionales como el que inauguraron ayer en ese repleto Sheraton los gremialistas invitados al debate y un puñado de ejecutivos. El automotor Cristiano Rattazzi, el banquero retirado Guillermo «Willy» Stanley (padre de Carolina, la ministra de Desarrollo Social), el naviero Horacio Martínez y el postal Oscar Andreani se sentaron a una mesa durante más de una hora con Juan Carlos Schmid, Julio Piumato y Andrés Rodríguez. Se habló de convenios colectivos y de la necesidad de «modernizarlos». Nadie levantó la voz y ningún bombo interrumpió la música funcional.
Pero el de Carlos Blaquier (h) puede ser otro espejo donde entrever la pelea que viene por la baja del costo laboral. El heredero del imperio azucarero Ledesma volvió a participar del cónclave de IDEA tras más de dos décadas de enviar a sus gerentes y fue para respaldar a Macri, quien hoy lo cerrará. En su feudo jujeño, mientras tanto, el gremio azucarero endurecía al máximo el conflicto que mantiene desde hace un mes ante lo que considera «la peor oferta salarial de la historia de la actividad». Dos semanas atrás, los zafreros llegaron incluso a cortar la ruta 34. La policía provincial los reprimió duramente.
Los empresarios mejor informados saben que en la Rosada no hay unanimidad respecto de los términos de la flexibilización que se busca en esas negociaciones «caso por caso» que promete Jorge Triaca. Si bien el consenso apunta a seguir los ejemplos de petroleros y mecánicos, que «cedieron un poco» anticipándose al pedido de Peña, también hay quienes creen que muchas empresas ganaron demasiado en los últimos años y ahora les toca ceder más. Entre ellos está el influyente Mario Quintana.
En materia impositiva, Dujovne anticipó algunas de sus ideas en Washington a los banqueros que se juntaron a escucharlo. La reforma será en cuotas y apuntará a tres «factores de incompetitividad»: Ingresos Brutos, impuesto al cheque y cargas patronales. Para bajar el primero de los tributos necesita convencer a los gobernadores, aunque quizá pueda dar el puntapié inicial la propia María Eugenia Vidal si logra que le restituyan el Fondo del Conurbano. El impuesto al cheque se recortará desde el año próximo en forma gradual. Para bajar las cargas patronales necesitará leyes que por ahora percibe como demasiado caras.
Por el lado del gasto, Dujovne apelará a algo de ajuste y mucha creatividad. Lo anticipa la última movida de Guillo Dietrich: abrir por decreto una sociedad anónima paralela a Vialidad Nacional con capacidad para endeudarse por separado del Estado y gastar sin que figure en el Presupuesto, lo cual podría ayudar a maquillar bastante el déficit sin volver a frenar las obras. También lo refleja el encargo que ya le hizo Transporte a la rematadora sanisidrense Narvaez SuperBid: rematar online más de 65.000 toneladas de rieles, durmientes, vagones y coches arrumbados en estaciones abandonadas y pueblos de todo el país. El final retrofuturista del guión pergeñado por José Alfredo Martínez de Hoz a inicios de la dictadura.
Reacomodamientos
Aunque las miradas estarán fijas durante los próximos meses sobre el PJ, donde la posibilidad de un interbloque unificado con quórum propio en Diputados entusiasma a una generación silenciosa de segundas líneas tanto massistas como kirchneristas, en Cambiemos también habrá trueque de figuritas después del 22. Una victoria del oficialismo como la que vaticinan las encuestas en territorio bonaerense, aún ajustada, reforzará a Vidal y a Peña en detrimento del ala «política» del PRO, que en el gabinete representa un cada vez más solitario Rogelio Frigerio (respaldado de lejos por Nicky Caputo) y que en el Congreso todavía tiene referentes como Emilio Monzó y Nicolás Massot.
En el entorno de Frigerio todavía se respira rencor: le tocó recién el octavo puesto de la lista de Elisa Carrió, que le tocaba a una mujer por cuestiones de cupo, y él no tenía mujeres en su equipo. Así fue como terminó por ungir a Joanna Picetti sin investigarla demasiado. Tampoco se esperaba que entrara. Ante la posibilidad de que resultara electa y el riesgo de un escándalo por las denuncias de violencia familiar que pesan en su contra, Carrió le bajó el pulgar. Nadie compensará al ministro del Interior.
A Monzó también se le oyen quejas. «Macri no quiere ralearnos. Quizá alguien más abajo sí. Pero este laburo lo va a tener que hacer alguien igual. Y si bien nosotros sabemos que no somos irremplazables ¿a quién le conviene desperdiciar los dos años de experiencia que hicimos lidiando con estos monigotes?», dijeron a BAE Negocios cerca del jefe de los diputados.
Los conflictos de fondo seguirán, pero la victoria puede aplacar las internas. Son las delicias políticas del atraso cambiario y del crédito (todavía) abierto. Las mismas que le permitieron a Barack Obama volverse a casa con el cachet que había pedido para venir a hablar de ecología a Córdoba y a jugar un rato al golf con Macri en Bella Vista: 400 mil dólares limpios. Para el costo argentino, nada impagable.