La extrema derecha entra al parlamento Alemán
Gauland, el líder, acaba de recordar públicamente con nostalgia las triunfantes batallas que libraron los alemanes bajo las órdenes de Hitler, durante la Segunda Guerra, alabándolas. Más explícito, imposible. Parece un hecho de ciencia ficción, pero es terrenal, de ahora y pasa en Europa, donde han surgido, desde que se desató la crisis financiera y económica, partidos nazis en distintos costados geográficos.
Las recientes elecciones alemanas confirman que Ángela Merkel, con el 33% de los votos sobre 61 millones y medio de electores, ingresará a su cuarto mandato como conductora del país. Su lema es «refundar» una Unión Europea disgregada, con incumplimientos de varios de sus miembros (Polonia, Hungría), donde impere la solidaridad con los refugiados llegados hasta ahora, con una mayor fortaleza del euro, con un liderazgo. Merkel está dispuesta, junto con el francés Emmanuel Macron, a disciplinar el principal bloque económico y armado del mundo, con intenciones del norteamericano Donald Trump de dejarlo a la mano de Dios.
Pero en los conteos de votos Merkel tuvo menos respaldo popular que en oportunidades anteriores. Martin Schulz, ex alcalde de Wüselen, en la región de Renania del Norte, representante de la socialdemocracia, obtuvo el 22%, aunque en el reconteo ascendió considerablemente, pero por debajo de Merkel. La líder europea de la tolerancia y la pacificación tendrá que gobernar con aliados: los liberales, los verdes y, según los votos conseguidos, con los socialdemócratas.
Los votantes en su mayoría eran mayores de 50 años, lo cual confirma que Alemania es un país de mayores y de viejos bien viejos, que ahora está pagando la decisión de hace pocas décadas de no tener hijos o no criar más de un hijo, aun en el medio de un esplendor económico creciente en el país. En las encuestas, la mayoría de los alemanes que prefería tener un perro antes que un hijo, porque los limitaba en sus trabajos y en su vida cotidiana.
Se presentaron a la elección de este 2017 un número alto: 42 partidos, lo cual demuestra disgregación y desorientación ante muchísimos problemas, que son económicos nacionales y mundiales, humanos, continentales y de los que producen rispideces raciales, generadas por los emigrados.
El partido de extrema derecha, directamente y sin vueltas pronazi (Alternativa por Alemania), dirigido por el ex periodista jubilado Alexander Gauland, ingresa al Estado. Los nazis regresan a ese ámbito, con el 13% de los votantes, por primera vez desde que los rusos y los aliados doblegaron y ocuparon a la vencida Alemania por tres años, de 1945 a 1948. Aunque ni los aliados ni los rusos se fueron del todo del terreno ocupado.
Históricamente hablando, los nazis fueron ingresando de a poco en el Parlamento desde finales de la década del veinte hasta conquistar el poder en una elección democrática a través de una unión de partidos, en 1933. Cinco años antes, en las elecciones de 1928, los nazis tenían 12 representantes, mientras los comunistas superaban las 50 bancas. En apenas un lustro crecieron exponencialmente hasta imponer decididamente el nacionalsocialismo, como se autodefinían.
¿Qué elementos influyeron para que los nazis triunfaran? En primer lugar, la promesa de ser los mejores del mundo, traicionados por las indemnizaciones del Pacto de Versalles al concluir la Primera Guerra Mundial. En segundo lugar, por el odio de los comunistas contra los socialdemócratas, que dejaron pocas alternativas a la gente de izquierda y la debilitaron considerablemente. En tercer lugar, por la desazón, la depresión y las carencias de una crisis que arrasó a Alemania en la década del veinte, castigada por la inflación, el desempleo, la falta de esperanzas. Todo se dio durante una experiencia inigualable, la de la República de Weimar, centro del pensamiento institucional democrático, con una expansión increíble de las artes, el diseño, la literatura y la pintura.
Los nazis fueron derrotados en 1945, pero a un costo brutal. El país perdió seis millones de ciudadanos en la Segunda Guerra, más los millones de desaparecidos de los que ignoraba su destino o estaban definitivamente en el otro mundo. Una segunda guerra donde Alemania se adueñó de Europa, asentándose en la progresiva imposición del fascismo en casi todos los países (en España, en la guerra civil, se luchó contra ese fantasma, pero sin suerte). Para poder aplastar a los nazis que llegaron en dos meses a las puertas de Moscú, en 1941, en la ofensiva llamada Barbarroja, los rusos perdieron 25 millones de ciudadanos, mujeres, niños y hombres, civiles y militares en cuatro años de enfrentamientos. Pese al esfuerzo que pusieron Inglaterra, Estados Unidos y soldados de otras naciones oprimidas, las víctimas fueron mínimas al lado de las que se perdieron en el este. Debieron enfrentarse con los nazis en los días siguientes al desembarco en Normandía, fueron parados y con pérdida de sangre en Montecasino y en las Ardenas. Y al entrar en Alemania, cruzando ríos caudalosos, también sintieron el castigo de balas y cañones. Basta ver los cementerios que dejaron atrás.
El actual nazismo tiene caracteres parecidos al viejo nazismo. Son violentos, intolerantes, dispdispuestos a todo. Odian todo lo que se llame «extranjero» (eso es lo mismo que decir que no quieren ser «contaminados» por otros, con menor jerarquía humana), el crecimiento poblacional de musulmanes en el país, los refugiados desesperados.
Gauland, el líder, acaba de recordar públicamente con nostalgia las triunfantes batallas que libraron los alemanes bajo las órdenes de Hitler, durante la Segunda Guerra, alabándolas. Más explícito, imposible. Parece un hecho de ciencia ficción, pero es terrenal, de ahora y pasa en Europa, donde han surgido, desde que se desató la crisis financiera y económica, partidos nazis en distintos costados geográficos.
En Hungría, el primer ministro es Viktor Orbán, un nacionalista exaltado que recientemente pidió a la Unión Europea que le pague 400 millones de euros para cubrir la mitad del costo del muro levantado por su país, en la frontera sur, para frenar la entrada de refugiados. Orbán comanda un país donde los nazis del movimiento Jobbik son sobreprotegidos por la policía en sus manifestaciones. Siembran el terror con atentados a reuniones, profanan cementerios, apalean a judíos, persiguen y pegan a los gitanos, ensucian sinagogas.
En Polonia, las autoridades oficiales no quieren cumplir con el mecanismo de cuotas acordado por los socios de la Unión Europea para recibir a refugiados de Medio Oriente. El partido nacionalista y conservador Ley y Justicia encabeza la reacción contra Europa unida. En Holanda, fascistas y nazis se manifiestan sin protesta alguna del gobierno. En Francia, el partido nacionalista y extremista de Marine Le Pen se consolida con fortaleza y lo demostró en las últimas elecciones, aunque no llegara a arañar el poder. En Grecia, en el Parlamento, se sientan miembros activos que se autodefinen como nazis, porque son nacionalistas y quieran romper con la Unión Europea y frenar la inmigración que viene del este.
El peligro de los nuevos nazis está instalado en la mente de los europeos democráticos que no saben cómo frenar este avance por momentos desmesurado de la extrema derecha racista.